miércoles, 19 de enero de 2011

Otro café...


Quique sabía la historia completa, pero contada por fragmentos. Pero cuando vio al Pollo lejos de la mesa de siempre, la que ocupaba en veranos e inviernos, mañanas y tardes (tal era su libertad, producto de no laburar nunca), sintió que una parte le faltaba. Así que hacia la fuente encaró, no sin antes tratar de rememorar los datos obtenidos en distintas conversaciones.

Lo primero que recordaba era que le habían comentado en un asado que al Pollo le habían dado la cana. Que Vanina, su pareja desde hacía tiempo, lo había descubierto de la manera menos pensada, pero más común: el estómago resfriado de un vecino. Y no hay peor oficio para un estómago resfriado, que el de portero de un hotel alojamiento. Y si algo puede empeorar esa situación, es que ese telo se ubique en un pueblo. Así fue que una mañana de hace dos meses, el vecino, queriendo hacerse el pícaro, le dijo a Vanina:

-Te vi anoche, eh?
-Dónde me viste? Si yo anoche estuve cuidando a mi vieja, que recién le dieron el alta de la clínica; te acordás que te dije que tuvo un infarto...

Y la cara del indiscreto pasó por todos los colores desde el morado al papel de calcar. Sabía que había iniciado un incendio y sólo tenía un bidón de gas oil para apagarlo. Vanina entendió al toque. El Pollo había visitado las habitaciones del desconchado (poco feliz pero muy descriptivo epíteto) hotel, y no había sido en su grata compañía.

De otro lado, se había enterado Quique de la reacción de Vanina, que no fue la esperable, o sea, ir a matarlo sin escrúpulos. Contó, para cobrarse el favor, con la inestimable ayuda del inefable vecinito, que no pudo con su genio ni con su evidente vocación de joderle la vida a la gente. O al menos, a esta parejita. Decidió que el Pollo mismo fuera quien, inconsciente del peligro que llevaba para su relación, le contara, espoleado por el a esta altura indeseable, al grabador escondido entre las ropas del conserje, cómo, cuándo y con quién había decidido pasar la noche que en un principio (al menos eso le informó a Vanina antes de meterse a duchar) era de poker en el español.

-Sí, la verdad es que las cosas con la Vani no andan bien, y aparte, qué querés que te diga...siempre me gustaron las pendex.

La señorita en cuestión tenía veintidos añitos ("podría ser la hija", pensaron el vecino y Vanina), se llamaba Camila, la conoció en el bar de siempre y ése era el dato que Quique quería corroborar, ya que no confiaba en el ruso, cuando se ponía a chusmear. Después del cuarto whisky, hay pocos contactos entendibles...

Vanina lo encaró con la grabación en la mano, le hizo jurar amor eterno y casorio, lo conminó prácticamente a tener un GPS instalado en al entrepierna, y así le permitió quedarse en el caserón que compartían desde hace dos años.

Sentado en una mesa chiquita de ese café nuevo donde antes estaba el Águila, mirando hacia los baños y de espaldas a la calle, con los ojos tristes de quien ve pasar su libertad sin poder disfrutarla, así lo encontró Quique cuando, luego de tres minutos de dudas y una caminata hasta la otra esquina, se decidió a entrar. La cara del Pollo al reconocerlo denotaba cierta tristeza, a pesar de la manifiesta y sincera alegría que el amigo vio en su sonrisa y el abrazo. Igual que un deportado a Siberia, al recibir una carta de un ser querido, pensó Quique. Y sin más, lo atacó:

-Pollo, ¡¿qué hacés acá?! Solo, además. Los muchachos en el bar preguntan, es más, la gente que no es habitué pero va seguido me había dicho que te vio acá y los traté de boludos, si el pollo vive en la otra esquina, les decía yo...Ahora te veo y no entiendo nada...Mirá que acá, estos te lo cobran el café, ¿eh? No les importa nada, son una franquicia...

-Ya lo sé, Quique, ya lo sé, si estoy pagando. No respetan a nadie acá, je- tiró el Pollo siguiendo la joda, pero su ánimo sombrío no lo dejaba levantar cabeza.
Miguel, que estaba viendo la escena en silencio, dudando si entrar a romper con la pareja y formar una multitud, a los dos minutos lo vio salir casi corriendo con una expresión entre indignada y sorprendida, y lo corrió por San Martín casi hasta el Carrito.

-Quique!!! Eh, Quique!!!- Al ver que frenaba, Miguel aceleró el paso y lo saludó con un beso en la mejilla, que el otro como siempre pero peor que nunca no devolvió. No quiso detenerse en nimiedades y arremetió:

-Te vi hablando con el Pollo, iba a entrar y saliste corriendo. Dije "este boludo lo cargoseó con los K, le dijo que el falcon de Ramón derrapa, y el calentón salió como tiro" y te seguí porque el otro enfermo es intratable.

-¿Sabés lo que me dijo el retardado? Le dije que me había enterado de lo de la moza y que le habían dado la cana en el telo, y que los muchachos lo quieren ver en la mesa, ¿y sabés lo que me contestó el retardado?- daba la impresión de que se había quedado sin insultos, y tal vez así fuera, pero no era inconsciente. Realmente le quería decir eso. Miguel calló, un poco por curiosidad y otro poco por precaución.

-Si te digo vas a pensar que hablo de Jaime, de Fort...o del Ogro Fabbiani. Me dijo: "Quique, no voy más por mi seguridad. Tengo que bajar el nivel de exposición". Eso me dijo. Mirá si será retardado...

Se dieron vuelta al pasar por el café mientras volvían para la plaza. Les pareció ver al Pollo anotando en su celular un número que la moza le dictaba.