lunes, 29 de marzo de 2010

Un día te das vuelta y ella ya no está....


Si pudiéramos ser absolutamente sinceros, yo te podría decir que no estoy seguro de poder hacerte feliz.

No sé si podré evitar llamarte cuando tenga ganas, solamente a ver si vos tenés un poco de ganas de escucharme.

No creo estar dispuesto a dejar de pensar en qué restaurant harán la mejor comida fusión para que descubramos que al final somos 2 brutos en el arte culinario.

Tampoco sé si me va a salir el tuco casero que hacía mi abuela, hace tanto que no lo cocino que es muy probable que deba practicarlo más. Y lo que sí va a pasar es que se me pase lo de comprar queso rallado, porque siendo egoísta como soy, capaz que ni lo tenga presente, ya que yo no lo consumo.

Aunque sí puedo garantizar que trataré de llamar al delivey (y de salir yo mismo a recibir y pagar) para que no sientas que me vanaglorio de esperarte las noches que llegás tarde, con la comida hecha. Resuelta sí, pero bajemos las expectativas que muchas veces no cocinaré.

No voy a concederte el dudoso privilegio de ir a verte jugar toooooodos los sábados. Es más, me animaría a decir que seguramente faltaré a uno de cada dos partidos. Y ni hablar que no me voy a llevar barritas de cereal; termo con mate y unas faturas!

No insistas: los domingos se han creado para negociar. Si vamos a comer a la casa de algún suegro, seguro que el próximo domingo hay que alternar. O bien nos quedamos en casa. O nos vamos por ahí (el cine del domingo con lluvia es im-pa-ga-ble).

Te la vas a tener que aguantar: me gusta hablar de los discos que me compro, explicar de dónde sale este ritmo, quién es tal músico que nombra este otro, ponerlo una y otra vez hasta descubrir qué es lo que me atrae de esa canción que no puedo dejar de escuchar como un idiota. Y a otra cosa que no renuncio es a la tentación de buscar ese tema que me hace acordar a vos, y decírtelo.


Y bueno, sí, leer es un problema para vos, pero es parte de mi trabajo. Necesito el relax para leer, tanto como la música para sentirme vivo. Y como la lectura y la música no siempre se repelen, a veces puedo hacer ambas cosas a la vez, con lo que en vez de restar el doble, anulo y quedo en cero. Vaya tachando...

Hablando de música...te recuerdo que en muchos lados nos reciben y tratan muy bien, nos invitan a cenar, y estamos del lado de adentro del bar, y se bebe más rico cuando se bebe de arriba...Además por ahí nos vamos de gira y podés hacer tu vida sin mí esos días, aprovechar de hacer todas las cosas que yo te impido.

Y, mirá lo que te digo, quién te dice que ahora que registramos temas, no nos hagamos millonarios.

Me encanta vivir solo y manejar mis tiempos, pero muchas veces me ha pasado de encontrarme haciendo un repaso de lo bien que me está yendo en muchas de las actividades que emprendí, y no tener con quién compartir dicha dicha. Roncho es un gran perro, pero no me entiende...ni yo a él.

Hasta en algunas situaciones pienso qué mejor se vería mi casa, transformado en un hogar (o sea, con un toque femenino que dice mi amigo Sebo que le falta a mi penjáus desde hace años).

Posiblemente, no podría introducirte, a fuerza de regalos o de comentarios malintencionados, en un mundo que no fuera el tuyo; no me veo regalándote ropa fashion ni yendo al MalBa todos los lunes, ni pidiéndote un color nuevo de cabello, porque, además, ¿qué te hace pensar que me vas a gustar más si en vez de una remera de tres tiras, te ponés una remera de cinco gambas? No tiene sentido!

Además, si hay algo que no te debe gustar es que te den la razón; hace un tiempo te vanagloriabas de que las mujeres "tenemos a los hombres donde queremos, como queremos y cuando queremos". Eso no viene sucediendo, pero yo creo que debe ser puro capricho, y que a vos no te termina de disgustar la idea de que todo en la vida sea sufrido. Qué sé yo, vivir en una novela del siglo XIX es algo con lo que no comulgo, pero que no deja de ser atractivo, se ve.

Por un lado, es bueno que no tenga la chance de comprobarlo, ¿no? Son demasiadas cosas las que estoy haciendo (y quiero hacer) al revés de como las estás llevando adelante, hay mucha diferencia entre lo que vos demostrás que te gusta de un hombre y lo que yo quisiera compartir con vos...Mejor dejémoslo ahí, no creo que pueda hacerte feliz.

A menos que ahora no lo seas...y ahí tendríamos que sentarnos y ver.

No sé, yo te la tiro, vos fijate.

Las bonitas la desean...


Hace unos meses, obligado por el clima impiadoso pero siempre efectivo del carnaval de Montevideo (llueve día por medio), para aprovechar mi estadía semanal en la ciudad uruguaya y la tregua que daba la tormenta, me fui a Cinemateca a ver lo que hubiera, ya que a falta de conocimiento, ganas de tomarme taxis, y de ofertas interesantes en la cartelera, la resignación y el cine a 3 cuadras del hotel ganó la pulseada.

De todos modos, la peli prometía, ya que los alemanes, al decir de mi colega Krauth, "han empezado a hacer cine", y lo vienen demostrando más que muy seguido.

Así que ahí fuimos, a encararle a "La suerte de Emma" (Emmas's glück), que no es estreno, sino una peli del 2006. No tiene actores conocidos por el gran público (del que formo parte, a diferencia del "público de cine arte", en el cual no me postularía para ingresar, ni nadie aceptaría mi ingreso), ni el director (Sven Taddicken) es el de Avatar, y no te daban ni un vale para pochoclos con descuento. Pero salí con la panza llena de cine, y les trataré de explicar por qué.

Básicamente, la peli cuenta una historia. Una linda historia. Que no necesariamente es una de esas tramas románticas que empalagan la pantalla grande primero y los 8 canales de cable después, pero no deja de ser romántica.

Emma (Jördis Triebel) es una muchacha de mediana edad, que se hizo cargo de una granja familiar -heredada de sus abuelos-, en la que vivía encargándose de todos los quehaceres de la misma, y además realizando la penosa tarea de matar los cerdos que criaba (porque no se puede vivir del amor). Pero descubrió una forma de alivianar su labor de verdugo: ya que vamos a matar, por qué también le agregamos la adrenalina de llevarlos al cadalso. Entonces, los llevaba bajo la sombra de un árbol, los abrazaba, los acariciaba, los tranquilizaba, hasta que encontraba una nula resistencia y allí, sin dolor ni sufrimiento, los degollaba. En eso, sólo en eso, consistía su arte.

Incluso, en una escena, la amenazan con no comprarle más porcinos, dado que el veterinario no encontraba el pinchazo de la inyección del tranquilizante. Peligros de la vida moderna...

Por el otro lado, Max (Jürgen Vogel), enfrenta un diagnóstico de cáncer de páncreas bastante avanzado, de la mejor manera que puede: es decir, roba guita de un auto vendido en negro por su compinche de la concesionaria de autos donde ambos trabajan, y se saca un pasaje a Perú, para vivir sus últimos días en las ruinas de Macchu Picchu. En su raid, y perseguido por su ex socio, desbarranca y cae justamente en la granja de Emma. Algo le pasa a la granjera, quien socorre a Max y casi en el mismo momento, se enamora de él y lo cuida como una monja de clausura.

Aunque, seamos veraces y contémosla completa, descubre el tupper con los 7500 euros y los encanuta. Ah, y quema el auto para que no queden rastros...

Max, una vez repuesto, empieza a transformar su visión de la vida (esto es, empieza a vivir un poco, dejando de pensar en la murte), a la vez que también comienza a modificar cosas de la vida de Emma. Como inicio, le da vuelta la cocina, habitualmente un desastre de mugre y desorden, y lo hace ver como un restó francés. Los caracteres femenino y masculino, entran en una dialéctica fantástica.

Emma abre el juego a su femineidad, bastante relegada por su trabajo en la granja y por no necesitarla; era cortejada por un policía de pueblo, bastante atolondrado y con un Edipo tan patotero, que lo obligaba a llevar SIEMPRE a su mamá (fumando y gritándole al mejor estilo de los hooligans del Hamburgo o el Shalke 04), en el asiento trasero del patrullero. Ella quiere convencer a su hijo de lo que está a la vista: que Emma es demasiado para él.

Max, entretanto, en su tarea de transformar la pocilga en un palacio, encuentra su dinero, y luego de estudiar la reacción de Emma, decide usarlo para pagar las grandes deudas que amenazaban con un remate inminente de la granja. A todo esto, la salud de Max oscila entre la mejoría notable y unas recaídas machazas, pero Emma, ya toda una sensual mujer con aires hasta de Geisha, reduce al máximo su dolor, mostrándole una vida posible, enseñándole que el concepto de calidad de vida no es propiedad exclusiva de los médicos.

De hecho, Max es hospitalizado, pero decide (porque su enamorada no podía pasar a verlo) casarse con Emma y vivir en su granja (la granja de ella), dando formalidad a la unión de dos "diferentes", dos personas fuera de lo común. En esta obra que oscila entre la comedia y el drama, donde temáticas serias y duras (como el cáncer) no dejan de mostrar un punto de vista donde el humor se mantenga como forma de contar, el final no es muy soprendente, ni cambia nada de sus méritos, que yo diga que, llegada su hora, Max es trasladado por Emma en brazos (de nuevo invirtiendo los géneros) hasta aquel árbol...

Aparentemente, según me entero luego, esta peli ganó bastantes premios de esos festivales de cine independiente, por lo que, al final, capaz que los cultores del cine arte y yo, no estamos tan lejos como creíamos. Ambos.




domingo, 21 de marzo de 2010

A propósito del otoño...


Les dejo un texto de la murga uruguaya Agarrate Catalina, que es realmente conmovedor, además de brillantemente cantado por Freddy Bessio (aka) el zurdo.

“La niebla lo invade todo. Este cuarto que no eligió, este mundo que no es el suyo, estos ojos desconocidos que la miran y la buscan, y que aseguran conocerla. Acá la niebla. Más allá, también la niebla.


En sus manos viejas como piel de papel, en los ojos alejados, en los huesos de antiguo barro valiente, todavía caminante. Y en el medio de toda la niebla, ella. De espaldas a las ventanas derrumbadas de su presente baldío. De frente al abismo de su pasado, al velatorio continuo de sus memorias desvencijadas, famélicas, suicidas. A veces un sorbo de sol tibio la separa de la niebla y una lucidez con vida de mariposa de dos segundos desesperada y heroica, consigue traer a sus padres, juntar nombres con rostros, revivir un domingo hecho del tiempo en el que su amor está siempre vivo, en el que siempre hay baile y en donde siempre hay risa, y en donde siempre es feliz como era. Un instante más y la mariposa caerá aplastada bajo el plomo implacable de una niebla invencible. Beso su mejilla, ya incalculablemente distante. Me pregunta quien soy. La niebla, otra vez, lo invade todo. “

Solita en un rincón,
de un tiempo que murió,
hace algún tiempo atrás,
sin horas ni reloj.
Ausente en ese vals
de cínico compás,
bailando en un montón
de niebla y soledad.
Y yo no sé,
no sé como llegar,
y solo sé,
tan solo sé cantar
y agradecer
que puedo recordar
tus caricias,
piel de sol y terciopelo.
Perdida entre tu piel
se rie tu niñez,
se rie y vos te vas;
te abrazo donde estés.
Y yo no sé,
no sé como llegar,
y solo sé,
tan solo sé cantar
y agradecer
que pude disfrutar
de tus mimos de budín
y caramelo.

"La Niebla", de Agarrate Catalina, del espectáculo "El viaje", ganador del Carnaval 2008.

sábado, 20 de marzo de 2010

Qué habré pagado en el último peaje...


El tránsito estaba complicado, pero no más de lo habitual. De todos modos, seis y media era un buen número, si tenía que llegar a Flores a las siete. El calor de diciembre se hacía sentir, y probablemente influyera en su estado de ánimo, la altura de su ajetreado año, con separación incluida. Como los últimos martes desde, al menos, octubre, era difícil hacer rápido el obligado paso por el peaje de Parque Leloir, con lo cual tuvo que desviarse al nuevo callejón que abrieron, a modo de ampliación, con preferencia para camiones.

Tratando de asegurarse cambio para pagar la cancha de fútbol (acontecimiento que lo obligaba a viajar cada martes), los peajes del regreso y la ropa del laverap, tomó un billete de cien y lo puso en el portamonedas, esperando su turno atrás del Clío con calcos de Los Piojos y Chango Mar del Tuyú. “Si uno de cada tres que tiene calco de Chango fue a ese boliche, ya pasó medio país”, pensó.

Algo que le llamaba la atención de las cabinas de ese puesto de peaje, era que las chicas que había visto trabajando en ellas, no le parecieron nunca lindas, y eso que había visto cientas, por no decir miles. Prueba de ese hecho, es que no se acordaba ni aunque quisiera de ninguna de sus caras. Y había enarbolado una teoría para los McDonald´s, que se aplicaba a este caso. Y que decía que, presentándose una señorita de aceptable belleza a solicitarle trabajo al payaso o a sus clérigos, éstos le agradecían la visita pero le solicitaban, en tono imperativo, datos de alguna prima fea para, a esa sí, darle el puesto. “Si no, no se explica semejante concentración”.

De todo eso se olvidó cuando vio a la peajista (peajera es poco descriptivo, además de un poco tendencioso), ya que, al margen de que le hacía acordar mucho a alguien, una sola se encargó de desarmar la teoría sostenida por miles de anónimas, y no tan anónimas si se ponen el cartelito –y en el mismo no dice, ponéle, “Andrés Gómez”- muchachas cobradoras. No era de una belleza arrolladora, pero sí una muy interesante rubia, con el pelo enrulado (ya sumó mucho) y un anillo tatuado en su anular izquierdo. OK, no son muchos datos, pero acuérdense dónde la vio, cómo, cuánto apuro tenía, y sobre todo, cuánto tiempo puede pasar antes de que los elegantísimos representados por el gremialista Moyano usen sus instrumentos de tortura auditiva. De todos modos, se felicitó por pagar con un Roca, que le dio unos segundos de changüí. Y antes de poner primera, volviendo a mirar de reojo a la cabina, creyó ver una sonrisa metida de contrabando, dirigida a él. Sabía que no iba a poder dormir luego de eso.

Los últimos días de diciembre desataron el furor turístico de la época, con muchísima movilidad de coches, con más trabajo para los peajes, y eso no siempre es negativo, ya que algún jefe se apiada de sus empleados, y se levantan las barreras para que el coro de bocinas no sea un instrumento válido para la protesta (y aún así muchos pasan gratarola y apoyando sus delicadísimas manos en el volante haciendo de su queja un sinsentido). Y lo invadía la sensación agridulce de ahorrarse $3,20, pero de perder la mínima chance de avanzar en lo que él creía un algo con la peajista. Por las dudas, se metió en el mismo callejón, intentó ir hacia la misma cabina, y sus predicciones fueron acertadas, ella estaba ahí. Sólo que con el vidrio cerrado, ya que por un rato tenía que obedecer y dejarnos pasar. Y allí, por segunda vez, volvió a creer haberla visto sonreírle, a través de ese cristal semipolarizado que dejaba mucho lugar a la imaginación, y con mucho menos tiempo aún de hacer nada, urgido como estaba por pasar y no detener a los demás enfurecidos ventajeros.

Los días siguientes, hasta el próximo martes, fueron larguísimos, y miles y miles las cosas que pensó para generar el acercamiento. Ninguna le pareció viable (muchas incluían elementos fantásticos e imposibles, tan ridículos que huelga mencionarlos), y la mejor fue anotar en uno de los papelitos del peaje su teléfono y nombre, agregando “quiero conocerte y no sé cómo hacer, llamáme”. Cansado de pensar boludeces, se felicitó y renunció a mejorar ideas, quedándose con esa. Pero ese martes no encontró a su objeto de desvelo. Pensó que podía estar de vacaciones, y eso lo tranquilizó un poco. Se acordó que en dos semanas él mismo saldría de vacaciones, y dejó de estar tan calmo.

Saber que el dolor que tenía, ahora, en la pierna, lo alejaría del fútbol, y por ende, del peaje hasta la vuelta de sus vacaciones, lo puso peor. Y empezar a considerar opciones negativas, que es lo que hace todo mortal con tiempo al pedo, lo llevó a razonar que por ahí renunciara, la echaran, y nunca nunca nunca más podría saber de ella.

Hasta que marzo lo encontró curado, y retomó el fútbol. La costumbre de pasar por esa cabina no la dejó, pero no eran los horarios ni los días de siempre los que lo encontraban viajando par a allá, así que la esperanza se renovó ese martes. Antes, él creía, deseaba, imaginaba, quería ver, la sonrisa de la peajista. Esta vez, ella no estaba en la segunda cabina, sino en la primera. Ya no había chance de poner marcha atrás y cambiar de carril, pero quiso probar sosteniendo la mirada a través del fierrerío y las columnas y los camiones. Y ahí sí, lo confirmó. Ella le sonrió, al final de ese cruce de miradas, sostenido por ambos sin ganas de cortarse.

Envalentonado, le preguntó a quien le cobraba (con cien, obvio, para demorar un poco), cómo se llamaba.

-Zaida- le contestó.

-¿Y el apellido?- apretó él, consciente de los cuasimilagros del facebook. Con el nombre no alcanzaría…

-Ah, no lo sé, pero tiene el cartelito…-quien me hablaba, no lo atendía, pero por la cara que le puso él, entendió. –Ah, claro…vos pasaste por acá…eh…no, pero no lo sé.


De todos modos, ya el hecho de averiguar algo y que la peajera supiese de su interés, pues no dudaba que la gordita le contaría a Zaida, ya era un gran avance. Bueno, gran no. Pero algo había.

Cuando le dejaron de temblar las piernas, él pensó mucho en la sonrisa de Zaida, en cuántos sufrirán eso mismo que a él le pasaba, si era una mirona que disfrutaba eso, y también pensaba en cómo sería el sistema de rotación de cabinas. No lo entendía. Otra cosa que no entendía era la cantidad importante de policías que siempre veía en cada puesto de peaje. No tenían entidad para multar a los infractores. No hacían controles a los automovilistas como a veces hacen en las rutas. No hacían cumplir la reglamentación (que inventó algún genio que trabaja en la cabina) que se anuncia en los carteles: “prohibido tocar bocina”. Realmente, le parecía ociosa esa presencia…

Esperando un buen güiño del destino, encaró el martes hacia la primer cabina del callejón. No tuvo suerte, y de hecho ni siquiera pudo divisar las otras casillas, con lo cual su decepción sólo fue superada por la sorpresa que le causó la seña de un policía que lo instó a detenerse inmediatamente que terminó de abonar. Vio la cara del oficial, también, transfigurada por la sensación que da hacer algo que no entendemos. Él miró por el espejo retrovisor, y vio una cabellera ondulada y rubia asomándose por la tercera cabina. Entonces, él entendió. Y sonrió.

jueves, 18 de marzo de 2010

I`m waiting for the (wo)man




No quería que me malentendieras,
Quería que lo pidieras esta vez…
No cambiaste ni una vez de vereda,
Caminar por el cordón te oxigena.

Cómo hacer, para tomarte en serio
Hoy o alguna vez…

Escucharte proponer que me fuera
A desandar con vos las carreteras…
¿vos querías que te malentendiera?
Yo que no te arrepintieras esta vez.

Una vuelta y otra vuelta más,
Espero no te pierdas, quién te va a ir a buscar.

Para qué,
Tanta tierra, tanta espera si después
Te olvidás
De mis idas, de tus vueltas y te vas…
Sin despedirte vás…
Siempre es igual, vivo como un sueño sin paz.

No busqué que me defenestraras,
Sólo que ya me indultaras de una vez…
Pero otra vez me tomé del codo y sueño,
Riéndome de las almas que soy dueño.

Cómo hacer, para tomarte en serio de una vez…

Saber que soy un sol, aunque tu sombra
Es custodiada por expertos, tal vez.
No quería que otra vez me dolieras,
Quise no equivocarme de nuevo, y ya lo ves…

Para qué,
Tanta tierra, tanta espera si después
Te olvidás
De mis idas, de tus vueltas y te vas…
No esperés
Que alguien busque dentro tuyo otra vez,
La señal
Que me muestre si volvés o adónde vas…
Sin despedirte vás…
Siempre es igual, vivo como un sueño sin paz.




domingo, 14 de marzo de 2010

Todos mienten.

Hace unos días que estoy leyendo, por recomendación y préstamo de libro a cargo de un colega y amigo cuervo, “Lo raro empezó después”, de Eduardo Sacheri. Este autor es, además, quien escribió la novela sobre la cual se basa la exitosa película “El secreto de sus ojos”. Me están gustando los cuentos, pero no los revisaré ahora, ya que mi intención es muy otra.

Primero lo primero: desde esta página quiero felicitar por el Oscar al director del filme, Juan José Campanella, quien no puede dormir desde el domingo esperando mi saludo. Campanella es un director que, evidentemente, sabe captar el gusto popular, ya que “El secreto…” batió récords de espectadores, “El hijo de la novia” hizo lo mismo en su momento, y sé que hizo otras pelis que también anduvieron muy bien. Ah, “Luna de Avellaneda”. Ahí está, me acordé.

También, y esto que digo ahora no es un dato menor para su curriculum, dirigió algunos capítulos de “House”, entre ellos uno en el cual la protagonista había sido violada, y siendo Greg House el primero en tratarla, ella insistía en ser su paciente, y en hablar con él, pese a la resistencia del médico.

Este acercamiento, de algún modo, de lo argentino hacia la serie que revolucionó el llamado “drama médico”, ayudó a que mi idea como fanático de House no muriese en mi cabeza, y me animara a completarla y a difundirla: se han hecho versiones olvidables de series yanquis, como La niñera; se han hecho versiones deformadas de series yanquis, como Casados con hijos. ¿Por qué no hacer una versión argentina de House?

Tenemos el lugar donde se podría filmar: el Hospital Austral. OK, dos millones de cosas que pasan en la serie, no podrían pasar acá, sobre todo lo referente a los controles, que ellos tienen tan estrictos y nosotros tan escondidos. Retomo, el lugar está. El director, lo tenemos, claramente.

Ahora bien, lo jodido es el casting.

Para seguir con la tradición campanelense, el encargado de dar vida al misógino, genial, soberbio, desdichado (en la versión original, “miserable”), herido Gregory House, está bien, lo dejamos a Darín. Podría andar. Cada vez le sale mejor la cara de traste, creo que es el más indicado.

Su único amigo, el oncólogo James Wilson, el que lo salva, lo protege, lo entiende, lo soporta, podría hacerlo Germán Krauss. Si hasta se parecen físicamente.

Vamos con el equipo: Ya tengo a la doc Cameron, porque además tiene que estar en cualquier serie que se precie de tenerme como espectador (y cómo no mirar esta si es idea mía…): la Kloosterboer.

A Robert Chase, que en la oriyinal vershon es australiano, lo podría hacer Iván González, el hijo de Jairo. Ya que hay que tener un tipo que hable distinto, poné a un español.

A la minoría que representa Foreman, debiéramos equipararla con alguna de aquí, pero por suerte no somos tan discriminadores como nuestros hermanos del norte. Así que esta está difícil. A lo sumo, podría tomarse un caso de alguien del interior que, por tal motivo, sufra la discriminación (de House). Un buen candidato podría ser Sebastián Estevanez, si le agrega un tono provinciano, pero este se puede cambiar, estoy abierto a sugerencias.

Silvia Kutica tiene todos los números para ser la dra. Cuddy, la jefa de House, y luego, tenemos al segundo equipo, que estaría compuesto por los siguientes actores:

Oski Guzmán sería el inquieto y eterno adolescente Kutner, con esa mezcla de nerd y cliente asiduo del salto en parapente.

Me hubiera gustado ver a Jorge Ginzsburg en el papel de Taub, creo que hubiera andado perfecto. Pero dado que no es ya posible, tal vez Peto Menahen es quien mejor puede hacer ese trabajo.

Y en el lugar de 13, tiene que estar una que cumpla con los requisitos que Olvia Wilde cumple tan bien. Léase: tiene que ser un avión, tiene que estar muy buena pero no ser hermosa y tener ese halo de misterio que la hace aún mucho más interesante. Ya está: Romina Gaetani.

Ah, no se gasten, muchachos…Ustedes no se creerán que yo soy tan tonto como para largar este diamante en bruto sin resguardos. La idea ya está presentada y patentada; se la presenté al chueco y le fas-ci-nó. Me aseguró que, si los de Valientes no quieren firmar con una reducción de sueldo del 20% para hacer unitarios, la versión local del doctor Casas, sale en junio.

















Vermouth con papas fritas, y Good Show!


PD: La foto de 13 es absolutamente innecesaria, y los tamaños de las ilustraciones de la Gaetani y Marcelita responden al mismo criterio de la aparición de Olivia.

sábado, 13 de marzo de 2010

No woman, no cry



Stop light plays its part
So I would say you´ve got a heart
What´s your part? Who you are
You are who, who you are.

Pearl Jam, “Who you are”, de No Code (1996).

Anoche, luego de comer un asado entre amigos, se me ocurrió pasar por el único boliche abierto del pueblo. Ver la muchedumbre adolescente y ya no tan adolescente, me hizo recordar un poco aquella época de mi vida, no tan lejana pero ya definitivamente oculta tras la calvicie, los kilos y el terrible sueño a esa hora en que la nueva generación recién se acicala para atraer al otro sexo. Bah, lo que se llama la edad y el paso del tiempo.
Muchas cosas han variado desde entonces. Lo primero, es que ya uno no tiene que irse a otra ciudad o pueblo para ser apretujado en un mar de gente transpirada que exuda Impulse o Axe Twist –en los casos más amables-, y además uno ya puede ser torturado con música horrible y muy mal ecualizada, con parlantes que vomitan reggaetón y cumbia como si fueran un exceso de grasas no recomedable en sus cuerpos, con la incomparable ventaja de tener a pocas cuadras un lugar donde comprar cerveza caliente y te la facturen como oro líquido, a 5 veces su valor en el supermercado, o donde conseguir un vaso de fernet sea similar a explotar un pozo de petróleo en el Sahara o en Santa Cruz (donde, por supuesto, las ganancias se las llevan otros), y que, como diversión extra –atenti la tosca que esto todavía no te lo cobran…-, te otorga el privilegio de hacer una filita de seis o siete personas para acceder al, estem, bueno, el baño.
Y dije que este es el único boliche porque al otro lo están remodelando, con lo cual, el antro expulsaba más gente de la que ingresaba, y se notaba la impaciencia de los postulantes al selecto grupo de autorizados. Es que allí, anoche, pasaba todo. Lo que no estaba ahí, quien no se encontraba dentro, no era real. Como en la tele.
Con todo, no deja de ser una gran noticia que el pueblo cuente con centros propios de esparcimiento, que más que esparcir, concentran, pero también creo que lo que dije antes (la edad) me está jugando en contra y la crónica está tomando un color queja muy parecido al ocre o al sepia. Así que, a lo medular.
Pasé por el bar a eso de las 4, decía, ya en retirada, y muchas cosas me llevaron a mi época dorada: la primera fue sorprenderme escuchando No Code, de Pearl Jam, uno de los primeros CD comprados con mis ahorros, y del año 96, del siglo pasado, sí, es decir que yo tenía, en ese momento, la edad de los que llenaban el boliche o las calles aledañas, con una salvedad: al menos uno de cada cuatro que ví, fueron mis alumnos.
La segunda cosa que me sorprendió, es ver la escena que siempre supe que me podía. Puedo resistir ver un choque con heridos, creo que soy capaz de enfrentar a cualquiera que desafíe las normas de civilidad si perjudican al resto, pero lo que nunca pude soportar es ver a una mujercita llorando por amor. Ustedes dirán, y éste cómo sabe que lloran por eso, por un desengaño, una pelea o una infidelidad vista en tiempo real, y no por pelearse con una amiga, porque no la dejaron entrar al boliche o simplemente por sus hormonas alteradas. Les concedo la duda, pero simplemente lo sé, y nunca me equivoco, desde mis catorce pude descubrir cuándo una chica llora por desamor. He visto a mis amigas y compañeras derramar miles de lágrimas de bronca, furia, cuernos, poca hombría, que nunca eran confesadas pero yo lo sabía. Y se asombraban cuando les informaba que lo sabía, sin que ellas ni sus adláteres hubieran mugido nada. Y ver ayer a esa futura egresada de tercero Humanidades, a quien mañana veré con uniforme y cara (de sueño) lavada, anoche emulaba ante su par de damas de compañía, el temporal de la semana pasada.
Casandra, en la Grecia trágica, había sido beneficiada con el don de la profecía, pero como todo anverso tiene su reverso, una de las tantas diosas yeguas (esposas de los dioses piratones) de aquella mitología, castigó a Casandra, acusándola de loca, por lo que nadie creería en sus vaticinios, esterilizando cualquier ventaja de sus adivinaciones. Porque nada es más inútil que una fuente de información sin credibilidad (¿no, doña Ernestina? ¿No es así, don Perro?).
Pues bien, junto con mi don, me había sido otorgado el antídoto: nunca supe qué mierda hacer, decir o gestionar, para cambiar ese estado de ánimo, que me perturbaba soberanamente. En aquellos años felices, intenté convenciéndolas que no vieron lo que vieron, que Gabriel no te haría algo así, o yo lo conozco bien a Fede y nunca se metería con esa mina y menos estando vos de por medio, que te súper quiere, o bien explicándoles por qué Juli no es tan atorranta como pensás, pero si yo fuera Ricky ni lo hubiera dudado, me habría quedado con vos, pero viste cómo somos los hombres de básicos; o también utilicé la negación del suceso, hagamos como si no pasó nada, dale, préndete a jugar al truco que para poner cara de traste ya vas a tener toda la vida, cuando seas grande y trabajes. Y en estos años, los de ahora, los míos, las veo y estoy tentado de parar, explicarles que la vida no se termina cuando tu primer amor decide que se quiere divertir, retroactivo a media hora atrás. Que no pasa nada, que hay muchos peces en el mar, que el cuore va generando resistencia pero no inmunidad, que está bien que nos la juguemos pero siempre hay más fichas, no se pierde todo por apostar a rojo y que el verde cero, sólo es una buena metáfora para arrancar otra vez.
Pero nunca supe qué hacer cuando una flor recién arrancada cree que los giles que primero la riegan y luego la escupen, son necesarios e indispensables, y se empeña en resecarse a lágrimas y moco tendido. Entonces dejo que las amigas consuelen a la moribunda mustia, mientras Eddie Vedder sigue cantando, y Casandra sigue pronosticando buen clima, dato que nos obliga a salir con paraguas.

jueves, 4 de marzo de 2010

Sentado en el umbral de Garfield


Por experiencia propia, sabía que uno tarda bastante en convertir en un hogar, y sobre todo, en su lugar en el mudo, a su primer depto de soltero. Y entonces, quise ayudar de todas las maneras que se me ocurrieron. Aunque la primera idea que debería haber aparecido es la de recordar que no era soltera, que tenía a su novio (ok, no quiso venirse con ella, no aportó demasiadas ideas ni ningún dinero, pero estaba, muy a mi pesar), en vez de eso, decidí que esa casa, la de María, debía tener un toque personal.
Ya de movida, colaboré con el televisor, que se compró con mi tarjeta, ahorrándole un 10%. Con ese dinero, compró la mesa de tv que yo mismo armé, tardando 1h 13m 56s, demostrando mi total inutilidad y mi obstinación para resolver ese acertijo que son los muebles del easy, y mis ganas de no irme nunca, a la misma vez. Qué otra cosa podía esperarse, si me atendían con sánguches de miga y gaseosa, me agradecían la gestión y el armado cada 5 minutos, con comentarios del tipo “y pensar que Juanchi va a tirarse a jugar a la play en cuanto llegue”, o “es más de lo que otros hicieron por mí, y deberían”. Ni Aníbal Fernández con toda la policía me iba a sacar con mi trabajo (el de armar la mesa, entiéndase bien) sin terminar.
El segundo golpe, lo dí a la hora de la merienda. Tenía en casa una cafetera eléctrica que no usaba, y recordaba haber tomado infinidad de tazas de café en su casa de cuando no era una mujer independiente. Entonces, la llevé para allá, junto con una taza con un Garfield que eructaba en clave cómic, que esa taza es sólo para que la use la portadora del nombre.
-Una casa no es de quien la habita hasta que no haya algo con su nombre-dije, muy convencido de estar derrapando en el índice Marley de gansadas, pero también expectante.
-Gracias, es el primer regalo que recibo para mi casa. Espero que no se rompa nunca mientras esté acá.
A diferencia de la actualidad, en la cual las remeras me estallan del tórax para abajo, esa tarde de marzo me reventaba el pecho del agrande, la satisfacción, el orgullo, pero también la cabeza, friendo neuronas pensando el próximo plan.
Así que fui por los puff. Cumpliendo lo prometido, le informé que a la tarde pasaría a dejarle el relleno que conseguí cerca de la oficina, pero como no podía ser de otra manera, fue con bonus track. Sabiendo que la lectura no está entre sus (800) pasatiempos favoritos, pero también conociendo la vida del uniocupante, introduje entre el telgopor (se escribe así) de los puff, “bocas del tiempo” de Galeano, que se lee de a pedacitos o de un tirón, pero es a prueba de lectores vagos y no hay vida que no pueda ser tocada por esa maravilla. Pero volvamos. Dejo el paquetote, me quieren abonar los 35 mangos, me rehúso y salgo corriendo, no sin antes mencionar que, si necesita ayuda, no deje de llamar.
No sólo no llamó. No mandó mensaje. No dio señales de vida. Sino que, además, no respondió mis mensajes, que mandé –para el grado de ansiedad que tenía- muy discreta y poco invasivamente.
A los cuatro días, volviendo del fútbol, pregunto si ya había cenado, dado que yo no y no habíamos hablado desde el delivery de tergopol. Su respuesta fue lo más parecido al penal de Sensini a Völer que yo recuerde:
-No comí, pero mi novio vio el libro y se enteró de la taza y se re calentó, así que no da.
Miles y millones de respuestas hacían el pogo de Ji Ji Ji en mi cabeza. Agresivas, lastimeras, orgullosas, graciosas, no tanto, suplicantes, exasperantes, definitorias, solicitantes, muy agresivas, enigmáticas. Por eso tardé más de 20 minutos en responder con cinco letras que resumieron todo:
-Listo
Casi dos años después, sospecho que esa taza sigue viva, pero que eso no es ya un hogar de uno, y posiblemente se quede ahí cuando se vayan. Aunque quién sabe, tal vez se la jugó y la rompió al toque, convencida que si las cosas no llegan de quien tienen que venir, mejor que no existan. Porque no da.

martes, 2 de marzo de 2010

...Pero mi amor, se acabará alguno de estos días...

Ya no sé qué hacer con vos;
Te adoré desde tan lejos
Que ya no sé quién sos;
Y estuve tan desahuciado
Como un zorzal sin voz.

Te amé tanto que jamás
Lograrás que te respete
Como un humano más
Ya sabés de lo que hablo,
De lo que soy capaz…

Y por qué ya no buscarte,
Y por qué seguir.
La resaca de tus labios
No tiene hacia dónde ir

Dos perros solos pero juntos:
Eso somos vos y yo
Apurando a medianoche
La partida de ese ardor
Que se fue sin marcar rumbo
Ni dejar la dirección;
Después de brindar con besos
Se detuvo mi reloj.

Ahora veo de nuevo el sol:
Levanté la vista al frente
Y no uso más reloj
Aunque alguna vez al año
Me alegra oír tu voz

Si tu falta me hizo mal,
Tu mal ya no me hace falta,
Cada cual por su lar.
Lo que cuesta cuando llega,
Mal vale si se va

Nada para reprocharme,
Nada por decir,
Lo que pudo haber nacido
Pide paz para morir.

Dos perros solos pero juntos:
Eso somos vos y yo
Apurando a medianoche
La partida de ese ardor
Que se fue sin marcar rumbo
Ni dejar la dirección;
Después de brindar con besos…