miércoles, 9 de mayo de 2012

Ya no sé que hacer con...

Una buena clase, con el mayor éxito producido por la movilización de recuerdos traídos a colación por otros estímulos, que todos volcaron al papel, con bloqueos de escritor y referencias a familiares extintos incluida. Un lindo viaje, yendo a contramano del gran tránsito. Buenas ideas para aplicar en breve, recomendaciones de estar más atentos a las miradas del personal (así que a ustedes también les parece que puede andar? es bueno saberlo...). Una dentadura en buen estado, tal vez saturada de trabajo mental por la noche. La no tan íntima convicción de un arte desarrollado en conjunto, moldeando una nueva figura con el mismo barro y produciendo una obra distinta. El inminente final de un libro crudamente maravilloso, que se espera con ansias, devorando las páginas cada vez menos resistentes y resistibles. Sensación de desenlace en el corto plazo de una historia comenzada en el verano y postergada por caprichos y contratiempos diversos. El placer de comprar un cd original y que la música contenida en él no defraude. Otra excelente performance del parrillero oficial. Una copa de Álamos malbec con sabor a gloria.
Y lo más importante del día, es lo que no pasa.

martes, 8 de mayo de 2012

Que no haya nada, entonces.

-Te quiero-, le dijo, y lo sentenció

a buscar en los baldíos del frío
una posibilidad quemada
con papeles viejos;

a compararla con todas las boas
que le mostraron la manzana
y luego huyeron.

-Te quiero-, le dijo, y lo condenó

a ver que no todas las primaveras
se pueden robar esas flores
y salir corriendo;

a mantenerse a prudencial distancia
para evitarle más problemas
a aquella solución.

-Te quiero-, le dijo, y entonces lo echó

a navegar dentro de sus enigmas
de aguas quietas y de anclas echadas
en cartones llenos;

a pilotear maremotos antiguos
cuando el capitán bajaba del barco
con dos hermanas suecas.

-Te quiero-, le dijo, y también le dio

la falsa anestesia de su mirada
que habla de su interior aunque el cristal
refreacte el fuego;

la excusa perfecta que evite el dolor
de elegir lo de siempre otra vez
aunque ya no quiera.

Saliendo a ver...


El barrio (lo recordó ahora, lo supo siempre) no le traía, definitivamente, buenos recuerdos. La última gran mala noticia se la dieron un domingo a la mañana, cuando salió a pasear al perro y desde una casa salió un ovejero alemán ávido de sangre canina, directo al cogote de su mascota. Sólo un par de cadenazos y la reacción rápida del bicho evitaron la masacre.
Pero desde hace varios años, por más que las buscara, las provocara, las insinuara, las buenas noticias se negaban a mudarse a ese boulevard. En el siglo pasado, a la mitad de su vida, se encontró pintarrajeando el asfalto luego de ser humillado por una compañera de tercero BOD y por el 60% del curso que escuchaba tras la puerta que daba al patio de la casa toda su sarta de declaraciones pueriles de amor eterno que nacieron un año antes y se terminaron un año después. Su devoción a esa sonrisa, a esa piel dorada y a un trasero digno de verse, lo llevaron a cometer el (segundo) peor de los pecados que un hombre de 16 años puede cometer: la sinceridad. O mejor dicho, el sincericidio. Hurgó por los intrincados recovecos de su escaso laberinto y la pregunta eterna (por qué no yo, si no soy menos que él en...) nunca tuvo una respuesta. Y escuchó un nombre en una conversación del club, que le llamó la atención por cómo sonaba, y se imaginó vaya uno a saber qué cosas...
Poco tiempo después, logró salir de un intrincado camino para, esta vez sí, directamente encerrarse en un círculo de puertas con llave. Nada más que la inquebrantable convicción de que querían lo mismo, de que serían el uno para el otro, de que para ella no habría nadie mejor que él, de que en ella él veía todo lo que esperaba en una mujer (y en una improbable idea de familia que, si tenía un asidero, no era sino sobre apariencias y bases inexistentes) lo hicieron verla como la única mujer, la que él perseguiría hasta convencerla. Debió pensar que no era una buena señal la dirección de su departamento de soltera, pero "departamento de soltera" y "pensar", puestos en la misma frase, definitivamente no reflejan nada de lo que le pasaba por la cabeza cuando se enteró que se mudaba al barrio.
En una de las incalculables oleadas de fe extrema, que lo llevaban a invitarse al derpa, tratando de satisfacerle el eterno antojo de chocolate y dulce de leche y granizado, la vio. Y la recordó como siempre la había visto. Linda, obvio. Pero interesante, también, como con mucho más para dar de lo que se ve en su rostro, como si sus ojos mostrasen un universo que ni ella conoce pero que se antoja como un lugar que, si lo caminás con ella, no es tan malo. Y anotó en su mente miles de preguntas.
En el fondo de su resistencia, se jugó a la refundación. Dejó de dar vueltas sobre lo imposible (lo que no es de a dos, en estas lides, no es) y salió a ver qué onda por esas calles, otra vez. Si pudiera ilusinoarse, llamaría; si sintiese que lo que estos días no fue sólo producto de su crónica ceguera en cuanto a lo que ellas le dicen -y lo que callan-, probaría sentir las palpitaciones de un timbrazo inesperado. Pero, como quien no quiere la cosa, vuelve a ver que las calles son las mismas de siempre, y no sabe. Quién te dice que no te vuelvas a pata y sin un cobre otra vez.