lunes, 26 de abril de 2010

Vagando por las calles...




“Que alguien le pode ese bigote,
Los pelos de la oreja, los de la ñata
Y los del cogote…”
Agarrate Catalina, “Civilización”





La primera vez que Rolo escuchó a Tito hablar del tema, podría decirse que no lo tomó demasiado en serio. Sonaba a extremadamente difícil, tanto la concepción como la puesta en práctica. Aquél estaba de acuerdo con los conceptos vertidos por Tito en cuanto a lo ridículo de la moda metrosexual, los hombres lampiños y la infinidad de productos para la belleza masculina (salvando el oxímoron). Odiaba profundamente esa nueva estética según la cual los hombres, aún los más rústicos, debían depilarse, cuidarse de comer 3 manises de más, porque si no la camisa al estilo Cholo Simeone, podría explotar, con consecuencias indeseadas en los ojos ajenos, invadidos por los botones. Creía estar viviendo una especie de apocalipsis, en donde los jinetes venían con el cabelllo moldeado por Cuggini, arropados por Ona Saez y haciendo esperar a las damas un poco, ya que su producción dejaba en ridículo al habitual maquillaje, peinado, esculpido de uñas y demases, que normalmente convertían a los caballeros de su tiempo (el actual, también...) en "esperadores de profesión". Ahora, ellos tardaban, que las minas esperen.


Cultores del esfuerzo, el remo y la palabra como mejor y cuasi únicas herramientas de seducción, y conscientes de que las modas -que Tito siempre le decía a Rolo que había dicho Cocó Channel, "son algo que pasa de moda"-, aunque con matices, nunca las habían ayudado mucho, creyeron desfallecer con el furor de las cremas para hombres, las revistas de moda masculina y los gimnasios repeletos de autoerotistas que miraban al espejo satisfechos de esa imagen que les devolvía: la de un ser con calzas apretadas, el peinado intacto, los pectorales desarrollados y libres completamente de vellosidad. Todo esto, al ritmo de "I know you want me", o "el tema de Ricky Fort", para que ubiquen.


Y no era eso, claro que no, lo que más les preocupaba. Que giles hubo siempre, y de posters de raros se puede tapizar cualquier camino al infierno; lo que realmente los tenía a mal traer, era que todo ese circense exhibicionismo ególatra y denigrante...los dejaba a ellos fuera de competición con las minas. Eso, ni más ni menos que eso, les dolía: las mujeres morían por ese tipo de tipos.


-Oíme cabezón-gritaba Cacho desde el fondo de la mesa- El tito tiene razón: fijate que si bien todos andan dando vueltas todavía, ya tenés algunos de los vaticinios cumplidos.




-Pero la confesión de Ricky Martin era más esperada que Navidad, Cacho -Rolo, aún escéptico, restaba mérito a los anticipos de la nueva tendencia-No es noticia para nadie que este muchacho apantalló a lo pavote con la adopción...quién iba a querer...o mejor dicho, ¿qué ibaa hacer si no le gustan las minas?
-Es un buen punto-concedió, extrañamente amable, Tito -Pero no te olvides que ya se empezó a ver un repunte en la música. Vos, acaso, ¿no te fijaste que todos estos elementos que andan dando vueltas como rockeros y son más armados que un perro de Rasti, ya no tienen cabida?


-Vino Purple, Maiden, ¡El flaco rearmó Pescado, por una noche pero volvieron! Y fijate que Simply Red está haciendo su "gira despedida". Y de acá...cuánto hace que no escuchás un tema de los Baba? -El Ruben aportaba desde su especialidad, la música. Su disquería en Cabildo le daba una autoridad en el tema que jerarquizaba sus opiniones.


El tema estaba instalado: como en cada movimiento artístico que llega a la cumbre, a la aceptación absoluta de todo postulado, hasta del más ridículo, el mundo lampiño empezaba a dejar el extremo, y continuando la lógica del mundo, el péndulo se dirigía al otro polo: los peludos estaban tomando el poder, y no se andarían con chiquitas.


Al revival de los ochenta, le seguía el revival de los setenta. La guerra fría entre los floggers y los progresivos ya estaba en su punto cúlmine. El espíritu de John Bonham estaba impulsando con la fuerza y el ruido de un tren a los hombres de pelo en pecho.


Tito lo llevó casi a la fuerza, aunque la resistencia de Rolo era ficticia. Su motivo era, más que ningún otro, su orgullo, que le cuestionaba a su cerebro cómo no se había dado cuenta antes. Para esas fechas, principios de mayo, las reuniones comenzaron a ser cada vez más frecuentes, y todas se realizaban en talleres mecánicos que tenían dos particularidades: debían preparar autos de carreras (de cualquier categoría), y no se repetiría la reunión en el mismo taller nunca.


A la primera que asistió Rolo, apadrinado por Ruben y Tito, se le agregó el dato curioso del primer famoso unido a la logia (de incógnito, claro): Cacho Castaña. Camino a casa, de regreso por la avenida, pasó por 2 Starbuck´s, 3 McDonald´s y América. "Esto tiene que terminar de una vez", casi se resignó Rolo. No lo creía, no lo quería en ese tono, pero reconoció la necesidad de retomar el poder.


Una vez repuesto del dolor que le significó que le arrancaran dos matas de pelos del pecho (más como rito iniciático que como comprobación de la veracidad del pullover innato), Rolo pensó en todos esos símbolos de la década más revolucionada del país, contados por su viejo, y también comprendió que Bombita Rodríguez, era "uno de los nuestros".


Habían impuesto de nuevo el Rock and Roll, porque no sé si saben, pero los remastering de los 4 de Liverpool, se hicieron con un fin...; lograron las confesiones de Fort, Alé, Rinaldi y el enano Polvorita (ésta última, póstuma pero confirmada por sus hijos); el paladín de los peludos setentistas, Pepe Mujica, era candidato a presidente de Uruguay; sólo faltaba el batacazo.


Porque, seamos francos: todo esto levanta la moral, pero lo que cambia el mundo, lo que hace girar las agujas del reloj, lo que hace subir y bajar la marea, es que a las minas le guste la nueva onda.


Tito casi no podía respirar, parecía un botija con championes nuevos (claro, volvió Jaime Roos a la escena, Drexler también hizo alguna confesión por ahí): juntó a todos los legionarios y casi les gritó:


-Listo. Lo tenemos. Hoy es un día de-glo-ria. Se estrena la serie que estuvieron grabando en secreto. Ahora sí, loco, estamos de nuevo arriba.


El escepticismo rodeó a la masa el dia del debut. Fueron cayendo al yerta, cada uno con su platito de madera, su vaso hecho de lata de Brahma de los 80 y sus 2 botellas de Carcassone. Alguien hizo notar que el LCD de 42" contradecía el espíritu reinante, pero dos o tres explicaciones técnicas y un "no rompas las pelotas" acallaron todos los cuestionamientos. El informativo del trece ya estaba terminando.


Los títulos no prometían mucho, y Suar no se la suele jugar, comentó Rolo entre dientes. Tito lo escucho pero, lejos de retarlo, le guiñó un ojo, como diciendo: "esperá que papi sabe de lo que habla".


La historia, en sí, valía dos mangos con veinte. Pero estaba absolutamente claro, casi desde que terminó el segundo bloque, que la victoria sería total, aplastante, contundente. Gracias a estos tres pibes, que derretían, cada uno en su estilo, a cualquier mina, los peludos serían revalorizados, puestos de nuevo al tope de las listas de sex symbols, y, por sobre todas las cosas, enterrarían (de poner bajo tierra...), para siempre, al metrosexualismo.


El primer brindis de la mesa del tablón largo, y el segundo, y todos los subsiguientes, fueron en honor y agradecimiento de "Valientes".


El mundo es de los peludos, de nuevo, con esta estocada final. Rolo, Tito y Cacho, agitan sus melenas y se rascan un poco cerca del ombligo y se sacan de allí la pelusa, y se creen que son Castro, Martínez y Heredia.



jueves, 22 de abril de 2010

Auténtica decadencia




Nadie te pregunta a dónde vas,
Pero hasta al espejo le mentís;
No tengo idea de lo que buscás,
Pero seguro que no está ahí.

No hay un alma a tu alrededor,
Pero no soportás ser vista así;
Cuentas en rojo, dan dos más dos,
La soga al cuello no te hará salir.

No sos un ángel, no soy tu sombra…
Por qué barrés la mugre bajo la alfombra?

Volverás al ruedo antes de lo que pensás,
La ruleta gira sólo si vos la empujás.
Es por algo verde el cero, y uno solo entre 36;
A veces ganar es perder.

Hoy es tan grande tu casa
Que apenas entra tu dolor;
Mil ventanas tan abiertas
Que espantan cualquier sol.

Derrapaste a pares y nones,
Y no hay dos sin tres.
La alcancía vuela en Londres,
Sola y rota ha de volver.

Entre mil muelles naufraga tu sombra,
En puertos secos la desolación te nombra.


miércoles, 21 de abril de 2010

If you like peaches...


No sabía si su negativa a comer berenjenas en escabeche provenía de su casi natural cuidado en todo lo concerniente a su trabajo en la atención al público, o bien era un mandato, de los tantos, heredados en su infancia. No era ese el motivo de su preocupación, sino el hecho de que sentía que cada vez eran más y más las cosas que ignoraba, por el solo hecho de no animarse.

Ya no era la primera vez, ni siquiera la primera en la semana, que se reconocía ignorando cosas que por principios negaba. Y lo que más ruido le hacía, era precisamente la confusión que su cabeza tenía en ese punto: ¿es realmente que me disgusta o sólo la costumbre me hace rechazar lo que no conozco?


De todos modos, volvió a rechazar el plato del día, pero jurándose animarse el próximo viernes, donde incluso, si encontrara compañía, regaría su almuerzo de las 15 con una copa de tinto de la casa, antes de cumplir con las 2 horas que le quedaran hasta terminar la semana laboral.

Ese otro asunto, el de la compañía, también le hacía mover un poco el piso. No podía dejar de pensar en Belu, la de contaduría, que cada vez le gustaba más. O al menos eso creía. O si no, cómo se llama eso de imaginarla en todos los lugares posibles, en todas las posturas habitualmente designadas para nuestra media naranja (o medio pomelo, elija usted la fruta); qué nombre ponerle a esa imagen de la muchacha de asombrosa similitud con Carla Bruni (la joven, la de hace unos 15 años, no la primera dama), asomándose en cada rincón de sus sueños, su subconsciente y su deseo.

Para colmo, Belu tenía dos cualidades muy molestas a la hora de olvidarla: por un lado, era muy simpática, atenta, solícita y servicial. Todo lo que uno desearía de una empleada que tiene que lidiar con gerentes y con la tesorería. Por el otro, parecía tirarle onda. Mil veces pensó que la segunda era una consecuencia afiebrada de la primera, hasta convencerse. Pero dejó de pensar así cuando vio reiterados intentos de los cuasigalanes de cobranzas, facturación, cadetería, rechazados con elegancia pero con seguridad de back central de los de antes. El centro de los alienados metrosexuales chocaba de frente contra su sonrisa iluminadora, mas tenía el efecto de un gammexane.

Su tan mentada responsabilidad, sumada al hecho de su reciente ascenso en el sector, le hacía prácticamente imposible intentar algo con la morocha (que, sin ser preciosa, tenía un porte y una presencia que le permitían llevar orgullosamente la definición "está como un tren"), por muchas causas. Una era, sin dudas, que ni por asomo se expondría a que se hablara de sus amoríos ahora que ya no era "del llano". El tan mentado qué dirán, otra vez, le impedía siquiera la prueba.

Otra muy buena razón era la historia de la empresa: si bien era un secreto a voces que varios gerentes/jefes/etc tenían relaciones más que cercanas con empleados, no menos sabido era que todas, a la larga (muy pocas) o a la muy corta -y a veces antes...-, todas se habían hecho públicas y con resultados nefastos para las carreras de los involucrados. Ah, y para la relación en sí.

Pero su caso no sería así, claro que no. No había en su espíritu, hoy, ganas de dejarse amedrentar por cosas que no vivió en carne propia. No quería, ya, evitar los problemas sin sentir la adrenalina de tenerlos latiendo en sus piernas, en su sien, en su corazón a cada minuto más expectante del taconeo de las kilométricas piernas de Belu gastando el pasillo. Si tan sólo fuera cierta su intuición. Si hubiera forma de animarse.

Una y cien, doscientas, tres mil veces, tuvo la oportunidad de sacarse la duda; almorzaban en el mismo lugar y en el mismo horario (toda una casualidad según la morocha, que desconocía todas las maniobras realizadas para tal "coincidencia"). Iban al mismo gimnasio, para aprovechar que si llegan a casa no salen más. Habían cenado despidiendo el año, pasados todos los asistentes de alcohol, y despegado hacia un boliche. Belu había viajado, muy borracha y en tren confesional y despechado, en su auto, más de una vez.

Su concepción del deber ser, cada vez más, resultábale una mochila demasiado pesada, pero tan arraigada que de veras sintió desfallecer una noche que, tratando de llegar hasta el fondo de la cuestión y decidirse entre una respetuosa relación laboral exenta de piel por propia voluntad, o hacer un histórico piletazo sin mirar al menos qué tan honda venía la cosa, la mañana la encontró con los ojos destruidos de no dormir y ver con pasmo el sol de las ocho en su ventana de miércoles. El día, miércoles.

Y no fue sólo una vez.

Así que resolvió, por una vez y tal vez desde ahora y para siempre, romper el caparazón de inseguridades disfrazadas de certezas ajenas, jugarse la ropa a un solo número, plata o mierda, gloria o Devoto. Era su vida, qué mierda, y si no me quieren con mi novia acá me iré, nos iremos si ella quiere, que esté llena o vacía lo sabré cuando me tire a la pileta.

Belu recién entraba a su depto, cuando en el aire sonó el celular que, dentro del bolso, había arrojado al sillón. Sin sorpresa, casi como quien espera algo que tarda pero llega, vio en la pantalla de su V8:

MALENA
LLAMANDO

Persígnate, man!

Últimamente, se ha dado cuenta de que esa presunción de que el servicio meteorológico no sirve es de una falsedad manifiesta, ya que no recuerda la última vez que anunciaron tormentas, y alertas, y que no se haya concretado en una lluvia de los mil demonios, con anegamiento de calles y espejos de agua en las rutas.

No podía creer semejante precisión, y tampoco podía desempañar el parabrisas. Entendía el principio físico, pero se dedicaba a dar fuerza al motor del ventilador, de modo que el 70% del vidrio quedaba limpio, pero le faltaba disipar el vapor condensado de la parte superior del mismo. Atentaba contra la consecución del objetivo la baja considerable de la temperatura, y ese nuevo dato climático no le dejaba mantener el aire acondicionado (direccionado hacia el parabrisas) todo lo que hubiera deseado o lo que hubiese necesitado la situación.

No podía creer lo rápido que pasa el tiempo, qué lo parió, ya estamos en abril; y a las seis ya es medio de noche si está nublado y llueve, y cada vez más rápido nos metemos adentro, cuando se quiere acordar ya estamos cerrando el año.

Llegando a la autopista, los camiones y colectivos se dirigían a una protesta, y le sorprendió la cantidad de micros recorriendo un camino no frecuente, hacia el centro del pueblo, y no podía creer que con semejante día la protesta de apoyo, así como suena, se concretase de igual modo.

Estamos tan mal que no se nota, pensó.

Hablando de colectivos, le llamó la atención la cantidad de gente esperando el rápido, y también lo mal diseñada que está la bajada de la autopista, con el tránsito sin interrupciones de los camiones que suben, bajan, se cruzan, y los transeúntes desprotegidos (y sin una vereda como la gente) que esquivan a los paquidermos de la verdad láctea.

No podía creer la poca previsión de una mujer que, saliendo casi de la nada en esa mañana horrible de abril, a punto de atravesar la ruta en dirección al refugio del bondi, sólo mirase hacia su derecha, la mano más lejana hacia donde debía dirigirse, y que ni siquiera hubiera parecido percatarse de que lo que pasaba debajo de sus zapatos embarrados no era la banquina, sino la mano en la que circulaba él con su auto, despreocupado e indolente debido a que no había autos ni camiones en la zona.

No podía creer la velocidad con que la vida cambia, y cómo en cuestión de segundos, la subnormal que se lanzó a cruzar sin mirar hacia la ruta pasaba a ser una madre ejemplar, trabajadora a destajo en casas con cama adentro, que se dedicaba a criar a los cuatro hijos y a mantener al marido jubilado injustamente que se ven en la pantalla del noticiero, y segundos más tarde, cómo sería recategorizado como un nuevo asesino al volante destructor de familias, escoria de la sociedad que vive atropellando con todo lo que tiene, autos, prepotencia, soberbia.

Trató de sacar la vista de la pantalla mientras seguían buscando al policía que le tomará declaración; sólo se permitió volver a girar su golpeada cabeza cuando escuchó al locutor anunciar que pasarían a adelantar el pronóstico.

Había alerta de lluvias y recomendaban salir con tiempo, ya que el asfalto estará mojado.

miércoles, 7 de abril de 2010

Lo que se hereda...

Yeyo sí que las hizo todas. Y si bien lo conocí poco, les puedo hacer una semblanza de lo que era, de lo que fue, y de por qué digo que las hizo todas.
Nació hace casi 100 años, en el ’12. Acá, en General Rodríguez, donde en ese momento todos se conocían por el nombre o por ser el hijo de. Desde chico, siendo el segundo de cinco, se dedicó a dibujar y putear, encarando ambas actividades con singular éxito.
Todavía hoy, Dardo, su cuarto hermano, se ríe al acordarse de la mañana en que él y Élida, la única mujer, se iban hacia la parroquia a tomar la primera comunión; dice Dardo que la niña corría tras él, intentando alcanzarlo, mientras Yeyo desgranaba su rosario de insultos: “curas de mierda y la puta que los parió, este moñito de mierrrrda que me pusieron”, y demases etcéteras. Dicen que le pusieron unos cachos de cirio pascual al Cristo crucificado, para poder seguir la ceremonia en paz.
Apasionado del fútbol, y de su Alem (ambos, el club y el presidente), no dudó en poner el hombro, y las manos, y las piernas, y no me cabe ninguna duda que el cerebro para los planos también, cuando hubo que levantar primero el gimnasio donde muchos años depués yo “jugué al basket” (ahórrenme el penoso detalle de mi experiencia en la zona pintada), y sobre todo, levantando las tribunas del estadio de fútbol de Brown y Avellaneda. Todo esto, documentado fotográficamente.
Porque era un obsesivo de la fotografía. Bah, de lo gráfico, en general. Y además, tenía la costumbre de colocar, en las fotos, la fecha, el evento y los nombres de los fotografiados. Se ve que es de familia, Dardo es obsesivo de la memoria, hecho que plasmó en libros de historia, y Oscar, el menor de todos, es una luz con los números.
Se la pasaba dibujando. Planos, casas, deportistas, aviones, historietas. Y nada mal, por cierto. Harto conocida era su habilidad para realizar planos, no siendo arquitecto. Tanto le gustaba y tan bien lo hacía, que incluso ilustró varias tapas de El Gráfico, cuando la fotografía y fotochot eran, ambas, cosas todavía inalcanzables para una revista semanal. De hecho, el logo de La Serenísima, que el mismo Pascual le encargó, ese que vemos en todos los sachet, los yogurísimo, los camiones, está creado por Yeyo. Decía Porota que se lo pagaron once pesos de la época, pero nunca me supo decir qué se compraba con eso en sus tiempos (y menos, en qué fueron quemados esos once pesos; creo que esto nunca lo sabría).
Y le gustaba un poquito la joda. Y la noche. Y andar de casa en casa, o en la suya misma, tocando el arpa (lo hizo hasta su último día con movilidad), la guitarra, acompañando a quien se prendiera, o a su hija al piano, comiendo unas empanadas, un asado, o aire, pero siempre con el vaso lleno. Incluso, hay varios documentos fotográficos que lo muestran al lado de las estrellas del momento, a veces hablando, a veces mirando de reojo un escote, muchas veces tocando el arpa, siempre con un vaso en la mano y una mesa larga como escenografía. Por eso, eligió vivir esa vida hasta que le sonó la alarma de la cuarta década.
Y ahí se casó con una mujer que, sabía, no le iba a dejar mucha soga (igual, se las arreglaba bastante…), pero que lo iba a contener, y sobre todo, le iba a dar una familia de la cual sentirse orgulloso.
Ya de grande, cuando me tocó coexistir, lo veía salir a media mañana para “el pueblo”, que es lo que los rodriguenses del lado sur tenemos como el lado norte, con la Intendencia, el banco Provincia, la parroquia, en fin, la vida social. Y cuando, por fin, me consideró apto para la aventura, me dio mi primer trabajo, cuando por salir “a medir” (es decir, encarar para el pueblo, boludear un rato largo, hablar con todo el mundo, saludarse con casi todos y después largar el comentario ácido o el sobrenombre justo, íbamos hacia algún terreno o alguna casa y, mate y galletitas mediante, yo le tenía la punta de la cinta metálica esa que se enrolla sola, él medía, anotaba en un lápiz y luego, después de 3 horas, volvíamos a almorzar), me pagaba, a guita de ahora, 3 pesos. Para un pibe de 6 años, era ser millonario. Los primeros tiempos, me preocupaba, porque el acto protocolar, léase, la recorrida por el pueblo, normalmente nos llevaba hasta las once y media, y por ahí nos volvíamos sin la tarea hecha. Entonces temía no cobrar, hasta que me di cuenta que mi trabajo, realmente, era ser su pantalla para la recorrida mañanera. Y ahí me relajé.
Otra cosa que recuerdo era que en casa se comía asado día por medio. Martes, jueves, y sábado/domingo, mi viejo y Yeyo armaban el fuego, José y yo rompíamos los huevos, y las mujeres comían adentro, mientras los hombres lo hacíamos al lado de la parrilla. Era una fiesta que no dejaba de organizarse; la parrilla no se lograba enfriar, que ya estaba acobijada de carne por arriba, y embrasada at down side.
Algo que me sorprendía, era que normalmente tenía un humor de mierda. Se la pasaba rezongando, puteando, y quejándose de todo lo que pudiera. Y de repente, a las carcajadas limpias, te daba vuelta como una media tu humor también, y largaba comentarios siempre tan justos, que era difícil no reírte con él. Luego, lo que no me sorprendió fue que su hija y José fueran iguales (entre sí y a él). A partir de ese momento, la genética dejó de ser un misterio para mí.
Un tercio de mi vida lo tuve al lado, y hoy se cumplen otros dos. Hace veinte años que se fue, y hubiera estado bueno tenerlo al lado más tiempo. Pero como todo en la vida no se puede, con haber tenido la decisión de hablar un poco de él, y recordarlo en esta forma, me doy por satisfecho.
¿Te habrán dado un lápiz, al menos? Esos gorditos putos, los que le revolotean al viejo de barba, seguro que el arpa te la escondieron, de puro envidiosos que son, nomás.