martes, 17 de agosto de 2010

Letras vivas


Un domingo con fútbol para todos, pero que para él estaba vedado (le habían cortado la luz al siempre postergado Lado Sur de su ciudad), se encontró con la necesidad de hacer algo para matar el tiempo mientras volvía la posibilidad de mirar los partidos -no porque no tuviera nada que hacer, sino porque no quería hacer todo eso...-, y se puso a ordenar todas las porquerías que tenía desperdigadas en la biblioteca: llaves que no abrían ninguna puerta y que estaban ahí hace siglos, impuestos pagos y de los otros, CDs en blanco, etc. Y entre todos los papeles que vio, encontró un sobre blanco, de una carta que se entrega en mano (es decir, sin estampillas), con su nombre puesto en una letra que conocía pero no podía identificar. Así que lo tomó, y extrajo del sobre dos hojas de cuaderno, y se apresuró a ver quién había firmado la carta.

Era de un viejo amor, y sacando cuentas, por el tono y el contenido de la misiva, dedujo que la misma estaba escrita hacía al menos ocho años. Notablemente sorprendido, no sólo por el hallazgo sino también por las elogiosas palabras de cierre (todo lo que contenía la segunda hoja), se decidió a leerla. No era algo que realizara frecuentemente, esto de rememorar cosas de historias pasadas, y se adentró en la carta tratando de recordar en qué momento de su relación se había dado esa situación que llevó a su ex a escribirle semejantes glosas de agradecimiento y de declarado amor.

Y una nueva sorpresa lo invadió: él, que ya no se creía capaz de despertar esa clase de sentimientos, al men os supo que efectivamente sí lo pudo hacer años a. Se lamentó de haber tirado a la basura tantas otras lineas, con ese u otros tonos, de esa persona y de otras a las que también había amado y lo habían amado. Luego de eso, no soportó la tentación de releer todas las cartas que sí había guardado, en su mayoría de su última novia, en las que encontró eso que tanto dudaba de alguna vez tener: la pasión que despertó en la vida de alguien.

Porque, justo es reconocerlo, no todas eran palabras elogiosas, lisonjeras, ni dulces recuerdos de una tarde a la orilla del río: había furiosas diatribas a su falta de carácter, intentos vanos de una reacción que no fue, él, capaz de tener, transcripciones directas de sus miedos y fobias, y de los miedos y fobias que él les despertaba a sus parejas, pero todo eso, junto con las otras, más agradables de leer y recordar, eran, en definitiva, un mosaico de pasiones que, tal vez a pesar suyo, logró insuflar en las personas que lo eligieron, y que por él fueron elegidas, para compartir algún momento, largo o muy corto, feliz o inmensamente traumático, pero por ello intensamente vivo, de su existencia.

Así que se decidió, luego de remover esos sedimentos de tanta vida pasada, intentar la multiplicación de esos correos, la proliferación de esos escritos que desenmascaren sentimientos, que realcen el valor de la palabra, que aviven el fuego interno de esa, su vida, que tan en stand by estaba. Porque la vida es fácil para los que no la viven, para los que la ven pasar.

2 comentarios:

  1. Para nuestra generación, la carta manuscrita ha pasado a tener pocas o mínimas funciones, aunque quizás la carta de amor no se abandone nunca.

    Eso sí, muy valiente eso de incursionar en papeles privados, a riesgo de encontrarse con palabras que puedan amargar un domingo, día ya bastante difícil de por sí...

    saludos

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  2. La intensidad que nos domina por completo en algunas relaciones, hace que, por añosas o breves que hayan sido, nos dejen a pesar de todo un suspiro de realización sentimental, de humanidad, de naturaleza. Amar y ser amado, vivirlo, sufrirlo, comprendiendo que la vida es una y que vale la pena correr por el medio de la carretera, así sea bajo la lluvia... correr... dando ese ultimo aliento, que hace que valga la pena amar. Una. Y otra vez.

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