miércoles, 10 de noviembre de 2010

I don´t wanna rock, DJ...


Sentado en el borde de su cama, Kirk negaba una y otra vez con la cabeza, desmintiendo el aire. Resoplando a la nada. No entendía muchas de las cosas que habían pasado en esa casa la noche anterior. Creía recordar que en el deck que enfrentaba al mar, a una hora ya no reconocible pero entre las 2 y las 5, Patty se destacaba entre el coro de borrachas que intentaban atacar un tema de Gladys Knight and The Pimps, con una coreografía de dudoso gusto en la versión sobria y original, y directamente obscena y tóxica a esas horas. Patty no era de las más heridas por el vino, pues no era de su agrado, pero tampoco había llegado impoluta al karaoke fatal, y su voz hecha jirones devolvía a la pista la habitual falta de entusiasmo por todo lo que fuera juerga grupal, aunque era evidente que una fuerza extraña la obligaba a no soltar el micrófono, y a mover sus brazos como imitando el andar de una locomotora.

A la hora del baile, las parejas establecidas durante la fiesta intentaron disimular todo rastro de enajenación, algunos bailando con entusiasmo, otros, todo lo contrario (tal vez cada uno buscaba el opuesto de lo que el alcohol le dictaba); los amigos de Kirk no notaron su desaparición, y tampoco, a pesar del alivio que representaba la falta de cantantes, la de Paty, que buscaba frente al océano la compañía que no había encontrado, o que creía no merecer.

Como solía pasar, y ambos lo sabían, podía huir de todos menos de Kirk, y precisamente él la alcanzó esforzándose por caminar derecho, avanzar entre la arena, no desparramar la misma sobre el sweater de Emile (ese francés sabía comprar ropa, joder) y no sobresaltar el notablemente turbado talante de la morocha.
Ella lo vio llegar, le dijo que estaba bien, que no se preocupara en disimular que había corrido, que de todos modos se le notaba en las mejillas coloradas.

-No corrí, siempre me pongo colorado cuando te tengo cerca. O cuando tomo ese Cabernet que consigue Jacques en lo de su madre. ¿Cuál de las dos creés que tiene la culpa hoy?- le tiró el perseguidor, quien sabía que no podía evitar ponerse verborrágico en ninguno de los dos estados.

-Gracias por el saco- Patty lo miró y su sonrisa era de un hielo imposible en California y en verano.

No había sido una mala noche, farfulló Kirk tratando de no decirlo al aire, pero plenamente consciente de lo vano de su intento de controlar cualquier cosa. En medio de la charla, antes de la llegada de la barra de San Diego, Patty, a cuento de nada, lo miró un instante y le dijo "no puedo descifrarte", y a Kirk, que si algo no había sido nunca en todo el tiempo que perdió en tratar de conquistarla, fue enigmático o discreto, esa frase le descolocó. Creyó contar treinta posibles interpretaciones que se sucedieron como una catarata en su mente, pero decidió administrarlas para no sucumbir tan temprano.

Más tarde, ya con la fiesta en pleno auge, vio cómo comenzaba una guerra de comida y se apartó del grupo, creyendo que su nula intención de participar lo distinguiría ante los agresores (que se abstendrían de fastidiarlo) y ante la mujer de sus sueños (que miraba absorta al bando más cercano a su mesa y se cubría estratégicamente del contrario); nada de eso, claro está, sucedió como Kirk lo craneó, más bien todo al revés.

En todo eso pensaba cuando una ráfaga de viento llevó a sus fosas nasales el cabello de Patty y ese ramalazo de vigor lo trajo de nuevo al lugar que había buscado, a la oportunidad que veía en sueños cada vez que buscaba las estrellas desde la reposera del deck. Compartir un minuto de soledad con ella, parecía pagar todo el resto de sus días. Vivir una cena con ella, le alcanzaría para no sentir esa sed de beberla a sorbos cortos. Ver su sonrisa le permitiría renunciar a la luz solar del verano de California, y de los inviernos de París, de los otoños de Japón y de las primaveras de Praga. Pero sabía que todo eso era un engaño, una treta vil que alguien se empeñaba en fabricar en su cabeza, de tal modo que eso que tanto ansiaba, duraba menos que el tiempo que tardaba en darse cuenta de que le estaba sucediendo.
Y estaba pasando otra vez.

De modo que le dio el sweater, le pidió ayuda para levantarse de la arena, y cuando Patty le dio la mano, sintió un peso y una suavidad que reconoció enseguida: Cadbury de yogur y frutillas. Esos ojos marrones brillaron más que la luna sobre el Pacífico, y Kirk recibió una orden que, sabía, necesariamente no acataría:
-No me malcríes...

Por qué Patty no podía dejarse querer; dónde y quiénes la habían obligado a desconfiar de todos; cómo podría hacer para demostrarle que lo mejor que les podría pasar a ambos era que, mientras Patty intentara descifrarlo, él se sintiera vivo y realizado complaciéndola; pero sobre todo, de qué manera acabó toda esa gente tirada en el deck, dormidos cual lagartos, como si de un video de Robbie Williams se tratase, eran algunas de las tantas cosas que Kirk, definitivamente, esa mañana, no entendería.


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