viernes, 31 de diciembre de 2010

Tá todo cortáu, hermano, tá todo cortáu, no podé pasá...


-Yo sabía que en algún momento esto iba a pasar- se escuchó decir al detective Strega en medio de los bocinazos, las sirenas, la ambulancia del SAME y los gritos de los peatones que miraban la escena, tan incrédulos como él.

Las charlas entre los miembros de la fuerza que eran destinados a custodiar los permanentes cortes de la 9 de Julio le volvieron a la mente, y recordaba las burlas de sus amigos cuando contaba los últimos itinerarios a los que era derivado, cuando desde el Ministerio bajaba la orden de investigar las raíces de las protestas. "Hoy de 3 a 7 tomamos sol en Belgrano", oyó decir una vez a Cardocito. "Obelissscooooooo!!!", bramaba Barragán cada miércoles. "El Dakar, y la reputa que lo parió", gemía Vilchez, reciente padre de mellizos, y Strega se unía al coro de reidores, satisfecho por zafar de esos cortes que no tenían monjes negros: Greenpeace, el rally, protestas frente a Agua y Energía.

Pero cuando las intenciones no eran, a los ojos de los encargados de la seguridad Nacional, ten claros o inofensivos, ahí entraba en juego y recorría disfrazado las protestas, tratando de dilucidar quién osaba tomar como propio el espacio público y crear un clima todavía peor al caos silvestre de la avenida de escape de esa jungla de asfalto. Se infiltraba en las manifestaciones, recogía datos perdidos, se hacía eco de los reclamos y trataba de hacerse ver para que la policía no reprima (la orden de no recurrir a la fuerza estaba siempre vigente, pero más vale prevenir, o al menos eso pensaba).

Pero, justo era reconocerlo, a Strega cada día se le hacía más difícil realizar su trabajo. Y por dos simples razones de peso: la primera tenía que ver con su condición de mortal. No podía estar en más de un lugar a la vez, y las manifestaciones y cortes proliferaban y eran tan diveras sus causas como disparatadas, sobre todo en diciembre, con lo cual su margen de acción era muy sectorizado, con mucho para cubrir y pocos recursos humanos (él solo).

Y la segunda, tal vez más grave que la primera en lo concerniente a su efectividad como investigador, era que cada vez le concurrencia a los cortes espontáneos (o no) de las calles, era menor, y los argumentos de protesta menos interesantes. Cuando tuvo que disfrazarse de estudiante para entrar en Sociales y firmar, en la época de las escuelas porteñas tomadas, el petitorio para la libertad de los presos políticos en Grecia, fue que formuló la frase que Ortiz (su habitual adláter y maquillador amateur) le escuchó y le recordaba en los casos más insólitos; "va a llegar el día en que un solo tipo te corte la 9 de julio y a nadie le importe".

El calor derretía el betún de las junturas de las baldosas, los carritos de panchos que tenían un mínimo de humanitarismo se negaban a vender con mayonesa -mientras que otros hacían su negocio intoxicando cándidos hambrientos que deambulaban por el microcentro-, y de los capots de los coches salía un humo denso, que contaminaba la vista y embotaba aún más los sentidos (alterados sobremanera por el ya mencionado calorcito, los silbatos de la guardia urbana queriendo reencauzar el maremoto de fichitas motorizadas y los bocinazos implacables); y Strega seguía sin poder creer cómo su profecía se cumplía.

El licenciado Nudelman, impecable pese a la escena dantesca, se secaba mecánicamente el sudor con un carilina, mientras el desesperado piquetero le hablaba, gesticulando en forma estrambótica y repetitiva. Agitaba su mano derecha de adentro hacia afuera, y hacia adentro de nuevo, tratando de graficar que esquivaba algo, y con la izquierda señalaba los autos detenidos que esperaban pasar, resignados y sudorosos como sus conductores, por los carriles aún liberados. Resoplaba, con aspecto de fracaso, mientras el impávido psicólogo le hacía una discreta seña a Strega.
El investigador, más intrigado que acalorado, se dirigió corriendo hacia la silla en donde Nudelman lo esperaba. Bebía una Levité que un solícito rati le alcanzó, inmediatamente después de confiscársela a un vendedor ambulante.

-Strega, el tipo se quiere suicidar- fue la lacónica frase que eligió para saludar al pasmado detective. Éste no salía de su asombro.

-¿Qué tan grave puede ser la causa que defiende, que se quiere inmolar? ¿Pudo ver si tenía alguna bomba, un chaleco? ¿Le dijo algo más?

-Sí, me dijo- la voz de Nudelman sonaba condescendiente y bobalicona, y eso a Strega no le gustó una mierda. -Me dijo que está frustrado, que esta sociedad de mierda no lo deja ni matarse tranquilo, que pensó que lo más efectivo para dejar de vivir era cruzar como un desaforado y que un alienado de los que tenemos a chorros se lo lleve puesto, y de paso hacer tomar conciencia que manejen mejor, y resulta que, como todos los días y por cualquier huevada cortan la 9 de julio, todo el mundo, la policía, el SAME, Aníbal, Clarín, creen que está haciendo un piquete. Entonces, el señor se quiere suicidar pero no le pasa ni un puto bondi por encima. Eso me dijo-.

Se lo notaba más aliviado al psicólogo, después de dar su veredicto. Strega se comía la uña del dedo meñique, y mientras Ortiz lo miraba en silencio, le volvió a decir:

-Yo sabía que en algún momento esto iba a pasar.

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