sábado, 26 de marzo de 2011

Como en casa



Así que hacia allá se dirigieron.


La casa estaba bien, tal vez muy grande para él, pero estaba claro que era absolutamente irracional en ese momento, él quería volver a esa casa donde escuchó algunas canciones por primera vez; a ese hogar roto donde, también por vez primera, se había enterado que las mujeres podían ser (y eran) tan infieles como los hombres, y que las madres que se quedan en casa no siempre se quedan cuidando solas el lecho conyugal; a esa forma distinta de organización en donde las hermanas mayores tenían miles de amigos, conocidos por él ya que "acá nos conocemos todos", y donde esas reuniones marcaban la onda del pueblo, el ritmo al que debías caminar (correr) si querías ser tenido en cuenta más que como elemento decorativo; a ese living grande en desnivel con el equipo de música y el sillón para leer al lado de la ventanita y con la lámpara de pie invitando a conocer mundos nuevos; a esas piezas ultra secretas que contenían cada individualidad de una manera desconocida para él, y a la que no sabía si se atrevería a reclamar para sí en su casa a los 13 años.


A mitad de camino y con la otra casa señada, descubrió el cartel y le pidió al dueño de la inmobiliaria ver ese antiguo paraíso de las libertades y los descubrimientos que hoy, a veinte años, le seguía despertando recuerdos de su inocencia perdida, de su candidez pueblerina ante gente que ya había pasado el umbral de la mano de tutores que conocían los embates de las hormonas, y ahora los disfrutaban.


Él quiso ver la casa de ella, y le resultó perfectamente lógico y posible en su mente lograr vivir allí.


Lo de lógico lo podríamos discutir, si estuviera en vuestro ánimo; posible no sería, ni lo iba a ser.


-Noventa mil-, fue la lacónica aseveración del agente, que no tenía por qué entender los sentimientos de su cliente, que por otro lado nada le dijo.



Se habìa roto tanto el traste para conseguir casi la mitad, que ni todas las ilusiones ni todo lo que ella le gustaba en segundo año, ni la ventanita del living donde se imaginò el sillon eames, le impulsaron ni un poquito para volver al banco y estirar el monto.



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