martes, 8 de mayo de 2012

Que no haya nada, entonces.

-Te quiero-, le dijo, y lo sentenció

a buscar en los baldíos del frío
una posibilidad quemada
con papeles viejos;

a compararla con todas las boas
que le mostraron la manzana
y luego huyeron.

-Te quiero-, le dijo, y lo condenó

a ver que no todas las primaveras
se pueden robar esas flores
y salir corriendo;

a mantenerse a prudencial distancia
para evitarle más problemas
a aquella solución.

-Te quiero-, le dijo, y entonces lo echó

a navegar dentro de sus enigmas
de aguas quietas y de anclas echadas
en cartones llenos;

a pilotear maremotos antiguos
cuando el capitán bajaba del barco
con dos hermanas suecas.

-Te quiero-, le dijo, y también le dio

la falsa anestesia de su mirada
que habla de su interior aunque el cristal
refreacte el fuego;

la excusa perfecta que evite el dolor
de elegir lo de siempre otra vez
aunque ya no quiera.

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