domingo, 30 de junio de 2013

Dos ojos, dos

La vio de nuevo, con su vestido blanco y sus zapatillas azules, y sus ojos grandes, y no pudo dejar de pensar que era una muñeca viva. Toda esa exuberancia de gestualidad, que hacía parecer que todo lo que le pasaba era digno de una tragedia o de un buen film clase B, le quedaba pintada, casi tanto o más que el atuendo que la despegaba del paisaje colonial de Trinidad.

En la Casa de la música, una banda tocaba con ese swing indescifrable temas del repertorio ya repetitivo pero fascinante, pero ella sólo tenía ojos y ambición para aquél, que con elegancia trataba de esquivar los ataques indirectos, los ataques directos, las insinuaciones y los dardos envenenados de lujuria que ella disparó desde la llegada a México. Y éste había sido testigo y cómplice de ella en varias de estas redadas de deseo que aquel, con el arte de un canciller y la destreza de un wing izquierdo, había sabido, desde la llegada y hasta el momento, sortear.

No era muy tarde, más bien era temprano, pero al ser lunes no existía la certeza de que estuviese abierto el boliche (dato que a él lo alivió; no estaba con ánimo de caminar de nuevo todas esas cuadras en subida para llegar luego a la cueva), y entonces, una vez terminado el show en La casa de la música, muchos encararon hacia la calle principal de Trinidad a esperar que los taxis vinieran por ellos.

Ella lo divisó en el malón que bajaba, y le pegó el grito. Una vez que lo alcanzó, caminaron unas cuadras riéndose de lo dificultoso que era descender con elegancia por el empedrado, hasta que le deslizó:

-¿vos lo viste bajando...?

La respuesta de él fueron dos preguntas a las cuales no había que buscar respuesta:

-¿a quién? ¿dónde?

Ella, mirando para atrás y para adelante con dos revoleos de ojos que lo marearon, por toda respuesta dijo:

-yo no lo vi, pensé que estaba con vos.

Él recordó que ya había creído ella que su influencia sobre aquél era mucho mayor de la que realmente tenía (si es que tal cosa existiera, aún en grado ínfimo), y así fue como se lo respondió.

-Se va al boliche...

Y siguió bajando. Pero automáticamente sintió que caminaba solo. Volvió la vista y la encontró parada en el lugar donde recibió su última frase, detenida en el tiempo y en el espacio, con un gesto que no podría clasificarse como sólo de frustración o enojo o ganas de estar teletransportada. Volvió esos tres pasos que había caminado solo y la miró.

Se sentaron, ambos, en la puerta de una casa, y volvieron a tener la misma charla que habían abandonado dos noches atrás, en donde este le decía que no entendía el mecanismo mental por el cual una mina que está buena se regala abiertamente y no se pone a jugar para atrapar su presa; en donde ella le respondía que, si sabía bien lo que quería y de quién ("yo allá tengo...,tengo..., tengo", había dicho en Tulum, argumentando que no era falta sino simplemente deseo), por qué iba a andar pavoneándose.

-Podés ir, y que salga bien; ir y que salga mal, o no ir, y quedarte ("¿conmigo?", "no, mejor ni decirlo", pensó este) en el hotel. Pero vos sos a la que todos buscan, a la que todos persiguen...No la hagas tan mal.

Acto seguido, se levantó y siguió buscando con la mirada ese taxi que lo devolviera al hotel. Pero se le ocurrió mirar hacia atrás, en donde ella seguía parada sin decidirse a volverse hacia arriba o llegar al taxi, con su mundo interior pugnando por salir.

Tres pasos más tarde, volvió a relojear aquel portón. Y, ahora sí la vio subiendo.


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