miércoles, 17 de julio de 2013

Milongaruando





Parece ser que el destino
nos quiere bajo un paraguas.
Caminando bajo el agua,
lloviendo de vuelta y de ida
dos o tres perlas perdidas
se quedan en tu remera;
Más voraz que verdadera,
la sed habla por su dueño;
del cántaro de mi sueño
las gotas son mi medida.

Escalones y escalones,
llueve afuera y llueve adentro,
en el parque, y en el centro,
alguien nos canta que llueve.
Y las nubes no se mueven
desde la primera noche
que, esperándote en el coche,
pensaba confusamente:
de los dos, cuál más demente,
quién pagará este derroche.

Llueve y todo se transforma;
la gente común no entiende
que este placer no se vende;
ni el volumen ni el idioma
de las mesas que se asoman
pueden sacarme del trance;
Pero aunque el tipo se canse
de cantar que afuera llueve
sólo del ocho hacia el nueve
se produce algún avance.

Esta llovizna tan terca
nos acompaña a su casa
y un arco en mis ojos traza
su presencia de marfil.
Me niego a pasar por gil
mas no a pasar a su estancia
de simbiótica elegancia,
y ella que (no) es tan cargosa
sirve fotos, café y cosas
que inyectan sangre en mis ansias.

Mas otra vez mi camino
por tanto llover, se anega;
cuando mi carácter llega
al punto de no retorno
en que exponerse al bochorno
de ya ni ser entendido
es un partido perdido
sin intentarlo siquiera,
ella anticipa, sincera,
gracias por no haber querido…

¿Quién te contó tal patraña?
¿fue mi exceso de modales,
mi idiotez con las señales,
o mi candidez extrema?
Ninguno es menor problema
que el de intentar en la vida
no ser sal en las heridas
cuando más salado quieren;
Y es así que nunca tienen
la piel que les es esquiva.

Y hoy soy la llovizna misma,
que estorba pero no moja;
si el caparazón se afloja,
y entran gotas por los codos,
un algo entre nada y todo,
es, de movida, la oferta.
Si se lograra, a la experta
sacarla de su guarida,
la misión está cumplida;
dicen que llueve en tu puerta.





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