miércoles, 27 de enero de 2010

El no poder de la mente

“cómo la mente selecciona lo que quiere retener, y a veces ni nos pregunta”, reflexionaba Gonzalo mientras cruzaba la 9 de julio esa tarde noche de agosto. Ese pensamiento le surgió, como casi todos los que no olvidaba, atrás de una seguidilla de ideas que le provocó el acordarse, íntegras y sin confusión entre la ubicación de sus estrofas, las letras de “Samantha” de Machito Ponce, y “como un idiota” de Beto Medrano y sus perros largos y verdes. Gonzalo sabía que esas cosas que su memoria (bastante poco confiable para el corto plazo, por lo demás), testaruda y autoritaria, le ponía delante de la nariz, no le servirían nunca para su vida diaria, ni siquiera como mérito simpático para cucardear ante alguna fémina.
Muchas otras características que poseía –y de las cuales no podía deshacerse-, lo convencían de que no tenía mucho que ofrecer al sexo opuesto en esta etapa de su vida, por lo cual decidió, aprovechando un dinero extra de una changa en su (tan seductor) hobby de reparador de PCs, pasar por alguno de esos departamentos privados que abundan en el microcentro, y tener un encuentro íntimo con alguna trabajadora del amor. Aclaro que ya encontraré un mejor momento en el texto para escribir “puta”, no desesperen…
Claro, eso debía hacerlo antes o después de levantar en Villa Crespo un par de zapatillas que Diego, su primo, le había encargado, enterado éste del viaje de Gonzalo a la capital. Por lo cual, primero organizó su agenda, concertó la cita con Soraya (Meli en otra de las carteleras sexuales), y se dirigió rápidamente al PV de la calle Libertad. Le asombró lo desértico del aspecto de esa cuadra a menos de 70 metros de Corrientes, con sus joyerías de miles y miles de pesos cerradas con rejas dignas de un zoológico pobre del interior. También le asombró, pero no tanto, que la 840 le dijera que Soraya estaba ocupada, cuando diez minutos antes le confirmara su presencia y disponibilidad. Con mucha tranquilidad, Gonzalo dijo:
-Sé esperar.
Y este último suceso sí lo asombró: la imponente figura de Soraya saludándolo, pidiéndole que la disculpara y volviera en un rato. Gonzalo creyó tocar el cielo con las manos; como no lo hacía a menudo, y además tenía la política (bastante razonable) de que, de pagar, pagaría por mujeres con las que no creía tener posibilidad alguna; “Si garpo, que sean las minas como las de las revistas”, solía decir(se), consideró acertadísima su elección. Entonces subió por Corrientes para tomar el subte B hasta Malabia.
Levantó las zapatillas rápidamente, en un trámite que, con viaje ida/vuelta incluido, no le demoró ni 45 minutos, el lapso solicitado en su cita. Llegó con la bolsita marrón de las zapatillas, y dejó la billetera, el celular y el reloj sobre la misma, para no olvidársela.
“Sería de muy mala leche, además de incómodo, olvidarme esto…con las cosas encima, no hay chance”. Ahora sí, con todo organizado, estaba listo para disfrutar de una hora de sensaciones placenteras. Soraya era lo que esperaba y más. Pensó que muchas cosas detrás de ese negocio le eran inimaginables, porque ella en particular, y muchas otras que no conocía pero había visto en fotos, podrían tener a cualquier hombre que se les antojara, eran lindas, jóvenes y evidentemente sabían de la vida, tenían calle (hecha), y sin embargo, elegían una vida al revés, en la que gente como Gonzalo creía acceder a su anhelo erótico más grande, cualquiera podría tenerlas, se invertía la ecuación.
Una vez anunciado el final de su tiempo, Gonzalo procedió a vestirse, encender el celular, calcular qué podría haber hecho con los 300 pesos que acababa de quemar en lujuria, colocarse el reloj, buscar en uno de los pliegues de la billetera el papelito del estacionamiento, y raudamente se dirigió al mismo, para lo cual debía pasarle por al lado al Obelisco de nuevo. En eso estaba precisamente, cuando un nuevo ramalazo mental le trajo una estrofa de “Samantha”, y lo dejó seco en la plaza de la República.
-La bolsa. No te puedo creer…
Lo decía sin expresión, en voz alta pero casi inaudible, como una oración que se reza pensando en otra cosa, y su atención estaba puesta, claro está, en la frase que le marcó el camino de la noche de ese jueves: “cómo la mente elige lo que quiere retener”, y la completaba: “y lo que no quiere…”.
Nuevamente llamó al PV, deshaciéndose en disculpas, y tuvo la suerte de que la situación, a ojos de las trabajadoras, fue vista como risueña. Arregló con la regenta que la bolsa bajaba sola en el ascensor, pero entre el 4° y la planta baja, aparecieron nuevas trolas que trabajaban en otros pisos, de las cuales una no sabía en qué piso, día o mundo estaba, y la otra, con mucha cara de fastidio, entendió las señas que hacía Gonzalo desde la puerta, miró la bolsa con un asco digno de mejor causa y mugiendo un “¿esto es tuyo?” le tiró la bolsa al pecho agitado del contrariado ex cliente devenido rescatista.
Cruzando por tercera vez en la noche la avenida más ancha del mundo, que ya en esta ocasión le parecía ya ancha y ajena, sólo pensó en comer algo para reponer tanto trajín, llegar rápido a casa y dormir, tratando de dejar descansar a su atribulada mente; realmente creyó oportuno pedirle disculpas a su cabeza, suponiendo que la próxima vez, no sería víctima de sus caprichosos flashes, y evitaría olvidarse cosas en lugares inconvenientes. Estaba resignado, eso sí, a sorprenderse tarareando “el chico del otro lado de la barra”…todo no se puede.

1 comentario:

  1. no es por nada, pero si yo me acordara integra la letra de "como un idiota", ganaría como loco.
    Mirá que he intentdo canturrearsla a alguna que otra muchacha, pero fracaso en la parte esa de que el chabon iba muy contento a saludar a su abuela, creo, y lo pisaba un camion o algo.
    La parte del perro que le arranca un ojo a la mina me sale barbara.
    y ya que estamos: nuncaquisequeestoterminaraasi.blogspot.com (creo que es asi)
    Atte:
    Yo

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