lunes, 25 de enero de 2010

Móvil de exteriores

La noche se prestaba al diálogo; estábamos solos, habíamos bebido (más yo que ella) de un rico vino, el cual tuvimos que enfriar un poco porque no somos tan sofisticados como para soportar un tinto a temperatura ambiente cuando ésta no baja de 30 grados ni aún a las diez de la noche. Además, de algún modo, estábamos de festejo: ella inauguraba su hogar independiente –no de soltera, porque su novio existía, muy a pesar mío y un poco a pesar de él-. Y si bien no puedo arrogarme demasiados méritos sobre la buena nueva, sí había tratado de aconsejarla de la mejor manera ante su situación (sus sobreprotectores padres no querían dejarla volar, con diversos artilugios que fueron desde el construir en el terreno aledaño a la casa paterna, hasta la amenaza de vender la misma; y de esos sutiles métodos coercitivos yo sabía), y sin querer llevar agua para mi molino.
Pues bien, ahí estábamos, comiendo unas empanadas y escuchando buena música (dudo que en ese equipo vuelva a sonar Amy, o ese sublime dúo de la mina del bluegrass y don Plant), cuando ella recibe un llamado, que inmediatamente adiviné.
-Se enojó, porque le dije que estaba con un amigo y no le dije con quién-. Asentí en silencio, con la muy buena excusa de tener ¾ de empanada en mi buche, pero disfrutando de la situación.
No mucho después de eso, escuché su letanía: no se decidió a venirse conmigo, cada vez que vamos a su casa tenemos que ver la tele con su mamá, teníamos algo ahorrado para comprar pero se echó para atrás, mejor no me hubiera ayudado con la mudanza, me salió más caro porque se olvidó la llave, entre otras cosillas más o menos graves.
No puedo mentir: definitivamente yo estaba más contento (o entusiasmado, lo mismo da) con la mudanza que su novio, y probablemente también lo estuviera más que ella, e inmediatamente pensé cuántas cosas le faltaban a ese depto recién construido para ser un hogar.
En sus problemas laborales estábamos (¿es que acaso nadie podía darle una opinión o un consejo de buena leche, pensando en ella y no en lo que al resto le cerrara, que el más centrado era yo, que la había perseguido durante diez años?), cuando me dice: vení, te quiero mostrar algo.
Subimos a la terraza. La verdad es que la vista era fantástica. La noche también lo era. Sí que se podía ver casi todo el pueblo (ahora seguro que es imposible, por todas las cosas que se han construido de un tiempo a esta parte), y la verdad es que nada me importaba. Acordamos ir a comprar un televisor con el descuento de un banco, le comenté que cerca de mi trabajo podíamos rellenar esos puff bastante hambreados (ya volveré sobre esto), y en un momento que no puedo precisar, estábamos brindando por su independencia, en la baranda de la terraza, con la noche de cómplice y el pueblo como gran alfombra roja, y no sé por qué pude contener el impulso de besarla como realmente se merecía (se merece), con amor, con sangre, con la adrenalina de lo robado. Y sobre todo, con la sensación de que no se iba a resistir más de 6 segundos.
Ojalá ese instante en el que todo puede pasar durara esa eternidad de seis segundos; con la velocidad de un papel que se quema, esa milésima de eternidad ni siquiera tiene un punto de quiebre definido, solamente deja de ser posible y ya. Y una vez fuera de ese trance, seguía escuchando la serie de desencuentros con su pareja, en la que caballerosamente terciaba a favor del ausente de las orejas en llamas, hasta que no pude más, y utilicé la frase que sabía que alguna vez en la noche me iba a ver obligado a decir:
-Vos necesitás un tipo como yo.
Ampliaría, si no fuera indigno: inteligente, voluntarioso, culto, gracioso a su modo (al menos, siempre se rió conmigo, por todas las veces que se ha reído de mi), dispuesto, disponible (en ese momento era verdad, no siempre lo fue, aunque si era para ella probablemente lo fuera), estem, culto, independiente, trabajador, y…culto.
A cada defecto o renuncio del caído en desgracia, tenía una buena respuesta a mi favor, y curiosamente ninguna incurrió en la mentira o la exageración; era tan poco lo que pedía, que lo recibido, como corresponde con nosotros, era en consecuencia mucho menor, casi ridículo, en contraposición con lo que ella hacía, y sobre todo, escasísimo en comparación a lo que yo mismo ofrecía en mi malograda relación con mi ex. O sea, me sobraba paño para tenerla conmigo para toda la vida. Excepto que ella no lo creía. No lo creyó hace tiempo, no se animó a comprobarlo en su choque, y no tuve la energía para hacérselo creer esa noche.
Tal vez ya no tenga la chance que ella crea que lo que dije, que necesitaba a alguien de mi calaña, no fue solamente un pedido egoísta de sacarme las ganas de probarlo; me fui sabiendo que tenía razón, pero con esa sensación que nos genera la certeza de lo inevitable, cuando la verdad no nos hace ni libres, ni felices, ni nada. Sólo ignorantes, nomás

2 comentarios:

  1. muy bueno lea, me hizo reir mucho, no se si era lo que buscabas, pero ´tiene ese humor implícito, que sin buscar la risa mediante el chisto, hace que un o lea una situación tan comnocida (a quien no le pasó ¡¡) con una sonrisa de principio a fin

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  2. la próxima vez reviso el texto antes de mandarlo ¡
    saludos ¡ tenes un nuevo seguidor de tu blog

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