miércoles, 20 de enero de 2010

Juntos.

Sabía que no sería una noche más. Algo en ese ambiente, que no era el mío pero no parecía el de nadie, me daba una señal, me pedía sacrificios que yo estaba plenamente dispuesto a hacer, siempre y cuando fueran consecuentes con la oportunidad, como tantas otras veces creí (y tantas, tal cual habrán acertado, confundí con esta).
María buscaba en su bolso el teléfono de un pariente que no debía residir muy lejos. El reloj, moroso y gamba, no corría con la velocidad de costumbre, la que siempre me la arrebataba de mi lado casi antes de llegar a verla (o 4 horas después, lo mismo daba cuando de despedidas se trataba con ella). Caminábamos por las calles de Matheu, las de siempre, de casas bajas, de calles de extraños adoquines hexagonales, que le daban al pueblo un aire de distinción que, por otra parte, los 147 y los Uno tunning que yiraban por la estación con Supermerka2 y El Polaco a todo dar, se empecinaban en volear hacia campo rival. Todo estaba como hace quince años, como hace cuatro meses: el club, la calle Salvador Melo, la esquina de lo de Cacho, devenida cyber, la casa donde viví los finde de mis primeros 8 años, en lo de mi abuela –que ahora era la casa de Adriana-, el YMCA del otro lado de la vía. Y sin embargo…
Nos cansamos de buscar referencias inútiles, mudanzas, o simplemente datos inconexos; dondequiera que fuera que su primo estuviera alojándose, no estaba más cerca de Matheu que la puerta de Bradenburgo. A los pocos minutos de abandonada la pesquisa, un dato me era revelado casi por accidente: el relativo buscado no lo era de María, sino de Juan. A esta revelación la hizo todavía más relevante, la pretendidamente triunfal y concretamente patética irrupción en cuadro del citado Juanchi, quien hasta el momento no nos había dado una señal de vida, tal vez inconsciente o tal vez muy seguro de las consecuencias que dejarnos solos podría traer a su relación con María.
Pero la importante es ella; ella con su obstinación en encontrar lo que busca, allí donde lo está buscando; ella con su inocencia, incapaz de entender que lo que para algunos es vicio, para otros sólo es necesidad o placer fugaz; ella con su millar de preguntas sin respondedor, ya que la respuesta saldrá de los labios que no espera.
María salía de las casas, entraba en los pasillos, preguntaba a los comerciantes, dónde podría encontrar a Juan. Y yo, un poco atontado, muy aplastado (“por la calor, pero acá tamos bárbaro, mire vea, en la capital dicen que tienen cuatro grados más”, al decir de una señora entrada en carnes/años/clarines), trataba de recomponer en mi agitada cabeza en qué momento habíamos perdido a Juanchi. Cualquier semejanza con la negación, será automáticamente negada…
Resignada a su suerte o a quedarse conmigo, farfulló un par de maldiciones, un mamá me lo dijo, cuatro o cinco que no aparezca porque lo mato, una decena de justo a mí me tiene que pasar esto, y juré (le juré) acompañarla sin hablar. Sentía arder mis venas, ante mis ojos cerrados pasaban imágenes como diapositivas sin control y en 4500rpm, sabía que no podría mantener el juramento más de seis minutos. No puedo precisar en qué momento María comenzó a esbozar una disculpa por su modo de tratarme, y el nuevo corte de la escena nos encontraba sentados sobre una cama sin hacer, y con sus ojos cavando un hoyo de cien metros en mi cerebro.
Si alguien amó alguna vez, seguro que sintió lo mismo que su pregunta me hizo (violentamente, cual latigazo emponzoñado, con la fuerza de una cargada ante todos tus compañeros de tercer grado, aunque tan severamente positivo como no he podido encontrar equivalencia), de un tirón y sin ambages, sentir esa noche:
-¿me querés todavía?
Atiné a defenderme con evasivas, del tipo “por qué me preguntás eso ahora”, o “de qué sirve que te lo responda si vos…”, pero cuando la mirada de interrogación se convirtió en mirada de cachorrito abandonado en la gaona, no pude más que responder con la verdad. Y descubrí, mientras esa verdad salía de mi boca sin filtro y sin red, 2 cosas: que ese filtro y esa red, muchas veces son las flechas que dirigen el real sentido de nuestras alucinadas confesiones. Y que telefé y sus avances de las novelas de la tarde quemaron el bocho de mi generación.
-Te amo, desde el primer momento en que te vi.
Vi su historia quebrarse, ví las astillas que mi confesión hizo volar por los aires de su seguridad treintañera, oí caer pedazos del espejo en que se reflejaba a diario para poder sostener su convivencia. Y sé que la desarmé. Al mismo tiempo, una voz repetía su letanía, la cantinela era insostenible, como siempre que quien nos reprocha algo tiene razón:
-Franco de Vita, hijo de puta…quince años persiguiendo a esta mina y le decís un pedazo de una canción de Franco de Vita…
No pude parar de escuchar, como si fuera el soundtrack de mi sueño cumplido, esa canción en mis oídos; juro que intenté escuchar todas y cada una de sus propias ideas sobre ella, sobre Juan y sobre mí, incluso las que me favorecían (que no eran tantas, por otra parte…); lo único positivo era que mientras tanto, había logrado conquistar a la mujer de mi vida, sin más argumento que mi entrega absoluta.
Otra vez el reloj hizo de las suyas y esos momentos de plañidera felicidad se fueron como empleado municipal a las dos. Mi estado oscilaba entre una feroz energía proveniente de lo vivido, y un cansancio digno de un partido con alargue bajo la autopista en enero. Recapacité, fijé mi vista en la pantalla del celular (que era, a la postre, lo único que tenía cerca) y entendí que la recaída física venía de un día entero sin pegar un ojo. Busqué a María para invitarla a una siestonga reparadora, o una vida de sueños compartidos –esto sólo lo pensé-, pero no estaba a la vista. Decidí dormir para encarar el primer día del resto de mi vida. Por hoy, ya he vivido más que suficiente, me dije con una autoindulgencia exagerada.
Y entonces, el reloj de la mesa de luz, la verdadera, la de mi pieza, de la que parece que no me había ido, dio las 8 am y me levanté para sacar la basura. Si no, con esta calor, mire vea…

2 comentarios:

  1. que acá, en la capital, hacen como cuatro grados más, y eso sin contar los que suben cuando se leen las tapas de...

    casi todos los diarios profesor, pero por suerte tenemos estas letras para escapar.

    Está bien dormir para la refundación, mirá sino lo bien que sale.

    Un abrazo grande y más letras.

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  2. simplemente me parece GENIAL .

    un beso grande profe .

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