miércoles, 21 de abril de 2010

If you like peaches...


No sabía si su negativa a comer berenjenas en escabeche provenía de su casi natural cuidado en todo lo concerniente a su trabajo en la atención al público, o bien era un mandato, de los tantos, heredados en su infancia. No era ese el motivo de su preocupación, sino el hecho de que sentía que cada vez eran más y más las cosas que ignoraba, por el solo hecho de no animarse.

Ya no era la primera vez, ni siquiera la primera en la semana, que se reconocía ignorando cosas que por principios negaba. Y lo que más ruido le hacía, era precisamente la confusión que su cabeza tenía en ese punto: ¿es realmente que me disgusta o sólo la costumbre me hace rechazar lo que no conozco?


De todos modos, volvió a rechazar el plato del día, pero jurándose animarse el próximo viernes, donde incluso, si encontrara compañía, regaría su almuerzo de las 15 con una copa de tinto de la casa, antes de cumplir con las 2 horas que le quedaran hasta terminar la semana laboral.

Ese otro asunto, el de la compañía, también le hacía mover un poco el piso. No podía dejar de pensar en Belu, la de contaduría, que cada vez le gustaba más. O al menos eso creía. O si no, cómo se llama eso de imaginarla en todos los lugares posibles, en todas las posturas habitualmente designadas para nuestra media naranja (o medio pomelo, elija usted la fruta); qué nombre ponerle a esa imagen de la muchacha de asombrosa similitud con Carla Bruni (la joven, la de hace unos 15 años, no la primera dama), asomándose en cada rincón de sus sueños, su subconsciente y su deseo.

Para colmo, Belu tenía dos cualidades muy molestas a la hora de olvidarla: por un lado, era muy simpática, atenta, solícita y servicial. Todo lo que uno desearía de una empleada que tiene que lidiar con gerentes y con la tesorería. Por el otro, parecía tirarle onda. Mil veces pensó que la segunda era una consecuencia afiebrada de la primera, hasta convencerse. Pero dejó de pensar así cuando vio reiterados intentos de los cuasigalanes de cobranzas, facturación, cadetería, rechazados con elegancia pero con seguridad de back central de los de antes. El centro de los alienados metrosexuales chocaba de frente contra su sonrisa iluminadora, mas tenía el efecto de un gammexane.

Su tan mentada responsabilidad, sumada al hecho de su reciente ascenso en el sector, le hacía prácticamente imposible intentar algo con la morocha (que, sin ser preciosa, tenía un porte y una presencia que le permitían llevar orgullosamente la definición "está como un tren"), por muchas causas. Una era, sin dudas, que ni por asomo se expondría a que se hablara de sus amoríos ahora que ya no era "del llano". El tan mentado qué dirán, otra vez, le impedía siquiera la prueba.

Otra muy buena razón era la historia de la empresa: si bien era un secreto a voces que varios gerentes/jefes/etc tenían relaciones más que cercanas con empleados, no menos sabido era que todas, a la larga (muy pocas) o a la muy corta -y a veces antes...-, todas se habían hecho públicas y con resultados nefastos para las carreras de los involucrados. Ah, y para la relación en sí.

Pero su caso no sería así, claro que no. No había en su espíritu, hoy, ganas de dejarse amedrentar por cosas que no vivió en carne propia. No quería, ya, evitar los problemas sin sentir la adrenalina de tenerlos latiendo en sus piernas, en su sien, en su corazón a cada minuto más expectante del taconeo de las kilométricas piernas de Belu gastando el pasillo. Si tan sólo fuera cierta su intuición. Si hubiera forma de animarse.

Una y cien, doscientas, tres mil veces, tuvo la oportunidad de sacarse la duda; almorzaban en el mismo lugar y en el mismo horario (toda una casualidad según la morocha, que desconocía todas las maniobras realizadas para tal "coincidencia"). Iban al mismo gimnasio, para aprovechar que si llegan a casa no salen más. Habían cenado despidiendo el año, pasados todos los asistentes de alcohol, y despegado hacia un boliche. Belu había viajado, muy borracha y en tren confesional y despechado, en su auto, más de una vez.

Su concepción del deber ser, cada vez más, resultábale una mochila demasiado pesada, pero tan arraigada que de veras sintió desfallecer una noche que, tratando de llegar hasta el fondo de la cuestión y decidirse entre una respetuosa relación laboral exenta de piel por propia voluntad, o hacer un histórico piletazo sin mirar al menos qué tan honda venía la cosa, la mañana la encontró con los ojos destruidos de no dormir y ver con pasmo el sol de las ocho en su ventana de miércoles. El día, miércoles.

Y no fue sólo una vez.

Así que resolvió, por una vez y tal vez desde ahora y para siempre, romper el caparazón de inseguridades disfrazadas de certezas ajenas, jugarse la ropa a un solo número, plata o mierda, gloria o Devoto. Era su vida, qué mierda, y si no me quieren con mi novia acá me iré, nos iremos si ella quiere, que esté llena o vacía lo sabré cuando me tire a la pileta.

Belu recién entraba a su depto, cuando en el aire sonó el celular que, dentro del bolso, había arrojado al sillón. Sin sorpresa, casi como quien espera algo que tarda pero llega, vio en la pantalla de su V8:

MALENA
LLAMANDO

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