sábado, 10 de agosto de 2013

Él y ella...

Él le habría prometido
contarle en la madrugada
una historia diferente cada vez
que abrazados se quedaran,
si ella hubiera concedido
que menos de tres es nada,
que lo que le dijo, obnubilada, ayer,
no caduca a la mañana.

 Hasta le habría brindado
 el desayuno en la cama,
 esa cama abandonada en el fragor
 de la carne entreverada,
 si ella le hubiese avisado
 con un guiño la jugada
 que la lluvia, torpemente, desnudó,
 saboteando la escalada.

Y nunca es un buen consejo
decir lo que no se piensa,
porque cometés ofensa o, peor aún,
la quedás por traicionero.
Y la bocha que es un fuego,
te la devuelven cuadrada,
y pasás de todo a nada, o peor aún,
al “mientras duró fue bueno”.

Y ella habría conocido
otro que valga la pena,
con el que pasar también la navidad,
además de noches buenas,
si éste le hubiera entendido
que acá el que se enoja marcha,
que si la ambición te ciega, te quedás
sin el premio y a la escarcha.

Y nada de ésto habría sido
si él no hubiese visto nada,
ni esa llama que vibraba más allá
de los guardias que la ataban,
 “que mis bardos me gestiono,
que por mí no te hagas drama,
que ya sé que mi boleta es una más
de un prode que nadie gana”.

De promesas e ilusiones
están hechos varios puertos.
De borradores cobardes,
con leña de frustraciones,
se alimentan los incendios.



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