lunes, 7 de junio de 2010

...Y que me esperan más aeropuertos...


-Me voy, moniquita- dijo Betty. La frase no sonaba a apresuramiento ni a arrebato. Era algo pensado, sentido, urgente pero no apurado.


-¿Adónde te vas?-La pregunta de Moni ya no tenía el mismo tono. Era más bien una especie de anticipo de la catástrofe que sabía se vendría luego de la decisión de su amiga.


-A Estados Unidos. Tengo un pasaje sacado, me voy el lunes. De ida.

Betty se casaba el viernes posterior, con lo que Moni dedujo que no iba a llegar a tiempo a la boda. No podía decir que lo esperaba, porque nunca se lo hubiera imaginado. Pero sí podía decir que la sorprendió muy poco esa intempestiva acción, de las que Betty solía tomar. Nunca sin pensar, pero siempre demasiado decidida y violenta como para creer si a todas sus ideas no les faltaba un golpe más de horno.


Moni prometió guardar el secreto, porque se sabía capaz y porque Betty se lo había pedido. Su familia le había enseñado que los secretos se mueren con uno, y a lo sumo, con dos. Y que el secreto que se divulga, no es culpa de quien lo confió, sino del estómago resfriado que le había fallado a quien, evidentemente superado (pues nadie contaría un secreto si no le fuera imposible guardarlo) le entregaba parte de su vida. Y en este caso, era un parte importante, el momento para el que supuestamente están emocionalmente entregadas las mujeres, o al menos lo estaban hace cuarenta años, tal el momento de esta historia.



Betty no podía casarse. No sabía si quería o no, de hecho todo, el vestido, la fiesta, los invitados, la emoción de sus amigas, le habían convencido de que sí tenía intenciones de hacerlo. Pero no podía. No se sentía capacitada, con tanto mundo y tantas historias por recorrer, así que se tomó el avión, dejó todos los preparativos de la boda, al novio casi en el altar, y partió para yanquilandia.

Pero el novio tampoco era de los comunes, no señor. Así que, en cuanto se anotició, sin llegar a lamentarse del todo, agarró la lista de invitados, empezó a llamar a todo el que tuviera teléfono, para pedirles tres cosas: la primera, que no vengan al casorio porque no va a haber tal cosa el viernes. La segunda, que no lo lamentaran porque él, el único capaz de lamentarse por dicho acontecimiento, estaba más vivo que nunca. Y la tercera cosa era que se fuera avisando a los demás invitados, ya que él no tenía tiempo que perder, debía realizar un trámite muy urgente para el cual no tenía ni idea de cuánto tiempo ni cuánto esfuerzo le iba a demandar.

Lo que podría haber sido un viaje de luna de miel, terminó siendo dos viajes separados, de dos personas que fueron novios pero que nos e casaron. Betty salió antes, el novio salió después. Tardó un mes en conseguir el dinero del pasaje, y otros veinte días más para encontrarla en el país del Norte, que por cierto, es un tanto grande. Algunos amigos ayudaron con datos irrelevantes pero de buena voluntad, y Moni, que estaba enterada de la movida del novio, recibió carta de Betty. En su respuesta Moni la puso al corriente y esperó instrucciones.
"Dale la dirección Moniquita, no hay drama. Total, yo no vuelvo..."

Así fue que el novio salió en búsqueda de lo perdido. Y se volvió tal y como se fue, solo y preocupado, mas no desesperado. Asombraba su seguridad, porque no se había venido con ninguna buena noticia, ni con ninguna promesa, ni siquiera había podido hablar con Betty, sólo la escuchó monologueando durante cincuenta minutos, en los cuales él prácticamente no figuró. Pero volvió convencido de una cosa:


-Cuando vuelva Betty, nos casamos.

Quince años después, Betty ya había realizado varias escenas de su vida de película: conoció a uno de los Rolling Stones (nunca dijo a cuál), tuvo y fundió un restaurant de comida argelina en Los Ángeles, vendió camperas de cuero traficado por Emir Yoma en Boston, se hizo amiga del empleado postal gay que la atendía religiosamente todos los meses, cuando Betty le mandaba a Moni dólares por Western Union para cuando ella regresara al país, se descompuso en un avión rumbo a Venezuela y le detectaron un cáncer, tuvo un hijo arriba de otro avión, y consideró que ya había pasado el tiempo de pasear. Así que volvió.


No necesitó contactarse con aquel hombre que había sido su novio, el que no sufrió el despecho porque creía en su vuelta. El aire le había traido a ese hombre, apotegma de las esperanzas vanas e infundadas, el olor de su juventud, la emoción de esas semanas previas a la boda, la risa de Betty. Esa risa que sabía que no había visto ni escuchado nunca más, ni siquiera cuando escuchó casi una hora a esa mujer que se parecía tanto a su prometida pero que no era. El timbre y el quejido del portoncito de adelante lo sorprendieron revolviendo un cajón. Cuando el turco le golpeó la puerta, éste le gritó que estaba abierta, pero que ya se iba. Había una determinación en su voz, que el turco reconoció después de quince años, cuando, por su rol de padrino, recibió el primer llamado de la cadena de suspensión.


-Prendete el fuego, cotur. Me voy a casar y en un rato vuelvo.

2 comentarios:

  1. Bien escrito.

    Buena idea y bien ejecutada.

    Excelente, realmente.

    saludos

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  2. mi sueno es algundia viajar a los angeles e ir holliwood

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