sábado, 13 de marzo de 2010

No woman, no cry



Stop light plays its part
So I would say you´ve got a heart
What´s your part? Who you are
You are who, who you are.

Pearl Jam, “Who you are”, de No Code (1996).

Anoche, luego de comer un asado entre amigos, se me ocurrió pasar por el único boliche abierto del pueblo. Ver la muchedumbre adolescente y ya no tan adolescente, me hizo recordar un poco aquella época de mi vida, no tan lejana pero ya definitivamente oculta tras la calvicie, los kilos y el terrible sueño a esa hora en que la nueva generación recién se acicala para atraer al otro sexo. Bah, lo que se llama la edad y el paso del tiempo.
Muchas cosas han variado desde entonces. Lo primero, es que ya uno no tiene que irse a otra ciudad o pueblo para ser apretujado en un mar de gente transpirada que exuda Impulse o Axe Twist –en los casos más amables-, y además uno ya puede ser torturado con música horrible y muy mal ecualizada, con parlantes que vomitan reggaetón y cumbia como si fueran un exceso de grasas no recomedable en sus cuerpos, con la incomparable ventaja de tener a pocas cuadras un lugar donde comprar cerveza caliente y te la facturen como oro líquido, a 5 veces su valor en el supermercado, o donde conseguir un vaso de fernet sea similar a explotar un pozo de petróleo en el Sahara o en Santa Cruz (donde, por supuesto, las ganancias se las llevan otros), y que, como diversión extra –atenti la tosca que esto todavía no te lo cobran…-, te otorga el privilegio de hacer una filita de seis o siete personas para acceder al, estem, bueno, el baño.
Y dije que este es el único boliche porque al otro lo están remodelando, con lo cual, el antro expulsaba más gente de la que ingresaba, y se notaba la impaciencia de los postulantes al selecto grupo de autorizados. Es que allí, anoche, pasaba todo. Lo que no estaba ahí, quien no se encontraba dentro, no era real. Como en la tele.
Con todo, no deja de ser una gran noticia que el pueblo cuente con centros propios de esparcimiento, que más que esparcir, concentran, pero también creo que lo que dije antes (la edad) me está jugando en contra y la crónica está tomando un color queja muy parecido al ocre o al sepia. Así que, a lo medular.
Pasé por el bar a eso de las 4, decía, ya en retirada, y muchas cosas me llevaron a mi época dorada: la primera fue sorprenderme escuchando No Code, de Pearl Jam, uno de los primeros CD comprados con mis ahorros, y del año 96, del siglo pasado, sí, es decir que yo tenía, en ese momento, la edad de los que llenaban el boliche o las calles aledañas, con una salvedad: al menos uno de cada cuatro que ví, fueron mis alumnos.
La segunda cosa que me sorprendió, es ver la escena que siempre supe que me podía. Puedo resistir ver un choque con heridos, creo que soy capaz de enfrentar a cualquiera que desafíe las normas de civilidad si perjudican al resto, pero lo que nunca pude soportar es ver a una mujercita llorando por amor. Ustedes dirán, y éste cómo sabe que lloran por eso, por un desengaño, una pelea o una infidelidad vista en tiempo real, y no por pelearse con una amiga, porque no la dejaron entrar al boliche o simplemente por sus hormonas alteradas. Les concedo la duda, pero simplemente lo sé, y nunca me equivoco, desde mis catorce pude descubrir cuándo una chica llora por desamor. He visto a mis amigas y compañeras derramar miles de lágrimas de bronca, furia, cuernos, poca hombría, que nunca eran confesadas pero yo lo sabía. Y se asombraban cuando les informaba que lo sabía, sin que ellas ni sus adláteres hubieran mugido nada. Y ver ayer a esa futura egresada de tercero Humanidades, a quien mañana veré con uniforme y cara (de sueño) lavada, anoche emulaba ante su par de damas de compañía, el temporal de la semana pasada.
Casandra, en la Grecia trágica, había sido beneficiada con el don de la profecía, pero como todo anverso tiene su reverso, una de las tantas diosas yeguas (esposas de los dioses piratones) de aquella mitología, castigó a Casandra, acusándola de loca, por lo que nadie creería en sus vaticinios, esterilizando cualquier ventaja de sus adivinaciones. Porque nada es más inútil que una fuente de información sin credibilidad (¿no, doña Ernestina? ¿No es así, don Perro?).
Pues bien, junto con mi don, me había sido otorgado el antídoto: nunca supe qué mierda hacer, decir o gestionar, para cambiar ese estado de ánimo, que me perturbaba soberanamente. En aquellos años felices, intenté convenciéndolas que no vieron lo que vieron, que Gabriel no te haría algo así, o yo lo conozco bien a Fede y nunca se metería con esa mina y menos estando vos de por medio, que te súper quiere, o bien explicándoles por qué Juli no es tan atorranta como pensás, pero si yo fuera Ricky ni lo hubiera dudado, me habría quedado con vos, pero viste cómo somos los hombres de básicos; o también utilicé la negación del suceso, hagamos como si no pasó nada, dale, préndete a jugar al truco que para poner cara de traste ya vas a tener toda la vida, cuando seas grande y trabajes. Y en estos años, los de ahora, los míos, las veo y estoy tentado de parar, explicarles que la vida no se termina cuando tu primer amor decide que se quiere divertir, retroactivo a media hora atrás. Que no pasa nada, que hay muchos peces en el mar, que el cuore va generando resistencia pero no inmunidad, que está bien que nos la juguemos pero siempre hay más fichas, no se pierde todo por apostar a rojo y que el verde cero, sólo es una buena metáfora para arrancar otra vez.
Pero nunca supe qué hacer cuando una flor recién arrancada cree que los giles que primero la riegan y luego la escupen, son necesarios e indispensables, y se empeña en resecarse a lágrimas y moco tendido. Entonces dejo que las amigas consuelen a la moribunda mustia, mientras Eddie Vedder sigue cantando, y Casandra sigue pronosticando buen clima, dato que nos obliga a salir con paraguas.

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