lunes, 29 de marzo de 2010

Las bonitas la desean...


Hace unos meses, obligado por el clima impiadoso pero siempre efectivo del carnaval de Montevideo (llueve día por medio), para aprovechar mi estadía semanal en la ciudad uruguaya y la tregua que daba la tormenta, me fui a Cinemateca a ver lo que hubiera, ya que a falta de conocimiento, ganas de tomarme taxis, y de ofertas interesantes en la cartelera, la resignación y el cine a 3 cuadras del hotel ganó la pulseada.

De todos modos, la peli prometía, ya que los alemanes, al decir de mi colega Krauth, "han empezado a hacer cine", y lo vienen demostrando más que muy seguido.

Así que ahí fuimos, a encararle a "La suerte de Emma" (Emmas's glück), que no es estreno, sino una peli del 2006. No tiene actores conocidos por el gran público (del que formo parte, a diferencia del "público de cine arte", en el cual no me postularía para ingresar, ni nadie aceptaría mi ingreso), ni el director (Sven Taddicken) es el de Avatar, y no te daban ni un vale para pochoclos con descuento. Pero salí con la panza llena de cine, y les trataré de explicar por qué.

Básicamente, la peli cuenta una historia. Una linda historia. Que no necesariamente es una de esas tramas románticas que empalagan la pantalla grande primero y los 8 canales de cable después, pero no deja de ser romántica.

Emma (Jördis Triebel) es una muchacha de mediana edad, que se hizo cargo de una granja familiar -heredada de sus abuelos-, en la que vivía encargándose de todos los quehaceres de la misma, y además realizando la penosa tarea de matar los cerdos que criaba (porque no se puede vivir del amor). Pero descubrió una forma de alivianar su labor de verdugo: ya que vamos a matar, por qué también le agregamos la adrenalina de llevarlos al cadalso. Entonces, los llevaba bajo la sombra de un árbol, los abrazaba, los acariciaba, los tranquilizaba, hasta que encontraba una nula resistencia y allí, sin dolor ni sufrimiento, los degollaba. En eso, sólo en eso, consistía su arte.

Incluso, en una escena, la amenazan con no comprarle más porcinos, dado que el veterinario no encontraba el pinchazo de la inyección del tranquilizante. Peligros de la vida moderna...

Por el otro lado, Max (Jürgen Vogel), enfrenta un diagnóstico de cáncer de páncreas bastante avanzado, de la mejor manera que puede: es decir, roba guita de un auto vendido en negro por su compinche de la concesionaria de autos donde ambos trabajan, y se saca un pasaje a Perú, para vivir sus últimos días en las ruinas de Macchu Picchu. En su raid, y perseguido por su ex socio, desbarranca y cae justamente en la granja de Emma. Algo le pasa a la granjera, quien socorre a Max y casi en el mismo momento, se enamora de él y lo cuida como una monja de clausura.

Aunque, seamos veraces y contémosla completa, descubre el tupper con los 7500 euros y los encanuta. Ah, y quema el auto para que no queden rastros...

Max, una vez repuesto, empieza a transformar su visión de la vida (esto es, empieza a vivir un poco, dejando de pensar en la murte), a la vez que también comienza a modificar cosas de la vida de Emma. Como inicio, le da vuelta la cocina, habitualmente un desastre de mugre y desorden, y lo hace ver como un restó francés. Los caracteres femenino y masculino, entran en una dialéctica fantástica.

Emma abre el juego a su femineidad, bastante relegada por su trabajo en la granja y por no necesitarla; era cortejada por un policía de pueblo, bastante atolondrado y con un Edipo tan patotero, que lo obligaba a llevar SIEMPRE a su mamá (fumando y gritándole al mejor estilo de los hooligans del Hamburgo o el Shalke 04), en el asiento trasero del patrullero. Ella quiere convencer a su hijo de lo que está a la vista: que Emma es demasiado para él.

Max, entretanto, en su tarea de transformar la pocilga en un palacio, encuentra su dinero, y luego de estudiar la reacción de Emma, decide usarlo para pagar las grandes deudas que amenazaban con un remate inminente de la granja. A todo esto, la salud de Max oscila entre la mejoría notable y unas recaídas machazas, pero Emma, ya toda una sensual mujer con aires hasta de Geisha, reduce al máximo su dolor, mostrándole una vida posible, enseñándole que el concepto de calidad de vida no es propiedad exclusiva de los médicos.

De hecho, Max es hospitalizado, pero decide (porque su enamorada no podía pasar a verlo) casarse con Emma y vivir en su granja (la granja de ella), dando formalidad a la unión de dos "diferentes", dos personas fuera de lo común. En esta obra que oscila entre la comedia y el drama, donde temáticas serias y duras (como el cáncer) no dejan de mostrar un punto de vista donde el humor se mantenga como forma de contar, el final no es muy soprendente, ni cambia nada de sus méritos, que yo diga que, llegada su hora, Max es trasladado por Emma en brazos (de nuevo invirtiendo los géneros) hasta aquel árbol...

Aparentemente, según me entero luego, esta peli ganó bastantes premios de esos festivales de cine independiente, por lo que, al final, capaz que los cultores del cine arte y yo, no estamos tan lejos como creíamos. Ambos.




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